Skip to main content

Archivos: Artículos

Edición 1: Perú


Dirección editorial

Lucho Pacora @lucho.pacora
Mingus (Gustavo Minian) @mmmmiiiinnnngggguuuussss
Miguel Buendia @miguel.dai

Producido por

Centro Cultural de España en Lima @ccelima

Otrxs artistas invitadxs

Marco Valdivia (Asimtria) @asimtria
Arely Amaut @arely_amaut
Ronald Alexis Pacheco (Altiplano) @altiplano.pe
Nahun Saldaña @nahun.saldana
Miki Gonzalez @mikigonzalezmusic
Raquel García Solano (Tremenda Espacio Cultural) @raquel.gabriela
Urpi Castro Chávez (Tremenda Espacio Cultural) @urpiccha_
@tremenda_espaciocultural

Prólogo a cargo de Vincent Moon

Vincent Moon @petites___planetes

Locuciones

Tilsa Llerena @tilsa_llerena

Diseño de accesibilización sonora

IDOSÔIDOS @mmmmiiiinnnngggguuuussss

Mixering

Oídos Contentos (Buenos Aires) @oidoscontentos

Soporte web / dg / videoreels / Accesibilización general

Germán de Souza para Coreographix @coreographix

Recursos adicionales


Continuar leyendo

Intensidad y altura

Ante la confusión, el silencio. Ante el silencio, el ruido. Ante el ruido: activar otro punto de escucha. El sonido envuelve, define, relaciona. Nos cuenta historias y muchas veces también nos cura. Múltiples son sus potencialidades y múltiples las veces en que no le prestamos la suficiente atención.

¿Cómo investigar un territorio a partir de la escucha de sus sonidos?

Remezcla Tu Ciudad nace en 2020 en Asunción – Paraguay. A partir de allí establece un recorrido auditivo en diferentes espacios del espectro iberoamericano. 

Tras la presentación de discografías, librerías de sonidos abiertas, residencias, capacitaciones, festivales y caminatas sonoras, etc, llega el turno ahora de su material bibliográfico.

Para la inauguración de su sección editorial propone contenidos re-mezclables a través de una extensión de su plataforma web.

Su primer volúmen está dedicado a un territorio cuya sonoridad y riqueza musical ha sido aún poco explorada. Luego de una memorable experiencia en su capital, el Perú se posicionó como un espacio acústico a profundizar con un carácter descentralizador.

¿Cómo suena el eco de las montañas en la escucha de un niñx?

Construimos un viaje que recorre las diversas alturas de este territorio multicultural a través de crónicas que nos trasladan desde las orillas del Océano Pacífico hasta las empinadas elevaciones de San Pedro de Casta, desde la ciudad imperial del Cusco hasta la frondosa selva amazónica de Tingo María, desde los andes milenarios hasta un mercado de abastos en la urbe limeña.  

Esta travesía nos llevará a conocer las diversas realidades de un país que resuena desde lo profundo para hablarnos de sus rituales animistas, de aquella ancestral sabiduría oral trasmitida por generaciones, del culto al agua como entidad divina, de comunidades y territorios arrasados a manos del extractivismo capitalista, de encuentros trascendentales con la música que transporta los mensajes del viento y del tiempo, con los sonidos generados por el tubérculo emblemático del mundo andino que tantas veces ha salvado del hambre a nuestra ingrata especie, de memorias, recuerdos y hallazgos caminando por las calles de Lima y Buenos Aires,espacios de encuentro urbanos en peligro de extinsión.  En fin, de los mundos que podemos encontrar, escuchando debajo (o dentro) del ruido. 

Por todo ello y más queremos agradecer a nuestras colaboradoras y colaboradores, cuya visión y audición nos permite entregar este primer eco que esperamos resuene en el tiempo. También va nuestra gratitud para el Centro Cultural de España en Lima, cuya participación ha sido fundamental para lograr este webzine que busca el encuentro, la comunión y el conocimiento compartido. Bienvenidxs a bordo. 


Redacción de TXT _ Remezcla Tu Ciudad
Diciembre del 2023




Continuar leyendo

Al encuentro de una escucha no-occidental

Suelo cuestionar mi relación con el tiempo. No solo me refiero a cómo se suceden los periodos temporales de mi vida, sino también a la duración que tienen mis filmaciones. 

En términos generales, pienso que occidente ha abierto otras posibilidades de escucha. Actualmente estamos capacitados para repensar y redescubrir la realidad gracias a los recursos tecnológicos.

Tengo una anécdota con el pueblo Xingú en Brasil que puede ayudar a graficar esta afirmación:
una noche veo que ellos estaban reunidos mirando una pantalla, no recuerdo si era una computadora o una televisión, pero en ella se reproducia una ceremonia que se había realizado en su territorio unas semanas atrás. Me resultó una escena increíble y me senté con ellos a mirar esa grabación. Allí me di cuenta que el video era muy largo. Muy largo. Tan largo como la ceremonia misma. Me causó mucha curiosidad notar que la extensión de la película en sí misma tenía una relación directa con el tiempo de su grabación. Lo que quizás había convocado a los habitantes del pueblo Xingú a ver algo tan extenso era porque “lo documentado” se parecía mucho a la propia realidad acontecida.

No ver

Siempre aprendo mucho cuando encuentro a personas no-videntes. Recuerdo haber filmado a un hombre ciego en Camboya. Su nombre es Kong Nay y es un músico ejecutante del instrumento nacional de allí: el Chapei Dang Veng (una especie de laúd de dos cuerdas y un cuello muy largo). Kong es un sobreviviente del genocidio de los Jémeres Rojos y una leyenda viva en su país. Para mí fue un gran reto lidiar con esta situación porque yo grabo una gran cantidad de imágenes constantemente y, cuando encuentro gente que no ve nada, la realidad se convierte en un juego bastante extraño. Pienso que esto debería ser “algo más”. Entonces, si tuviera que decir algo sobre este asunto es que las limitaciones pueden transformarse en un acto creativo, o para decirlo de manera simple: observa lo que las limitaciones pueden llegar a producir en tu imaginación. Creo que algunas veces necesitamos estos límites para redescubrir la realidad, especialmente en estas épocas tan saturadas.

La escucha en la ciudad

Creo que la ecología acústica es algo que no ha estado en la agenda política en los últimos 30 ó 40 años. Como resultado, hemos acabado en una forma de sociedad ruidosa e hiper-saturada. Una sociedad en la que el silencio es para los ricos y dentro de poco el silencio será algo que habrá que ir a comprar.

Tengo un ejemplo bastante interesante: el otro día estaba viajando en el marco de mi proyecto Petites Planetes y la compañía de producción me reservó un pasaje en clase Business. Es algo a lo que no estoy acostumbrado. Suelo viajar en clase turista. Y yome dije: “bueno, qué chévere, ¿no?”. Una vez en el asiento del avión me di cuenta lo que significa la «clase Business«: un mundo sin saturación. Un mundo sin comerciales. Un mundo sin gente. Un mundo sin ruido.

Mis recuerdos en Lima: memorias de El Cordano, El Tigre, Centro Cultural Breña

Hace mucho que no visito la ciudad de Lima, de manera que mi memoria no es demasiado clara, pero hay un punto muy importante cuando recuerdo algunos lugares específicos: por un lado son lugares similares y por otro hay algo único en cada uno de ellos. Tengo un profundo amor por los lugares populares porque poseen una particularidad auditiva: hay un constante zumbido en el ambiente, la gente forma parte activa de estos espacios. Es un espectro sonoro muy amplio que comprende el sonido de los vasos, las botellas, los platos, la gente conversando, etc. Amo estos lugares en Lima, al igual que aquellos en donde suena la Cueca en Chile. Me parecen sitios muy similares donde lo más importante no es la música sino el encuentro.

Esto resuena como una forma muy ancestral de estar juntos. Son lugares ritualísticos, podríamos decir que son templos urbanos modernos para la gente local. Es eso es lo que más me conmueve: lugares modestos, algunos los llamarían “pobres”, no son burgueses ni cool. Y creo que, precisamente por eso, ¡están tan vivos!

Recuerdo especialmente el centro cultural musical El Tigre, -¡Mamma mia!- Allí hay capas y capas de sonidos, también hay pared con una con una galería completa de personajes históricos de la música folclórica del Perú. Es un universo en sí mismo y considero que el ambiente sonoro lo representa muy bien. Es algo extraño, no es una zona separada, ni tampoco es una experiencia sonora agresiva, estar allí es una historia compleja que se basa en la experiencia. Eso es lo que lo convierte en vivo y hermoso.

  • 08-prologo-vincent-moon

  • 07-prologo-vincent-moon

  • 05-prologo-vincent-moon

  • 06-prologo-vincent-moon

  • 04-prologo-vincent-moon

  • 03-prologo-vincent-moon

  • 02-prologo-vincent-moon

Grabaciones anárquicas. Lado A

Mi práctica profesional es totalmente DIY (Hazlo tú mismo). Aprendí todo sobre el sonido mientras producía y grababa videos. De hecho, recientemente me di cuenta que, poco a poco, al carecer de una estructura académica, fui desarrollando mi propia manera de trabajar y pensar el sonido. No sabía lo que hacía, así que directamente hacía lo que me gustaba. Y, ¿qué me gustaba? Pues cualquier cosa que estuviera lo más lejos posible de una grabación de estudio. No estoy interesado en aislar un elemento de otro. Soy muy cuidadoso cuando trabajo. Por ejemplo, cuando estoy grabando a una banda en un parque, me interesa integrar todo lo que está en el lugar. No sólo el primer plano sino también el fondo. En mi opinión, habría que cuestionar lo que muchas veces se cataloga como “producción creativa”.

Esto me recuerda algo que compartió Brian Eno en su libro A Year with Swollen Appendices, que es una serie de apuntes que escribió a lo largo de un año y fue publicado en 1994. Eno narra un experimento que realizó en un parque de Londres: grabó sonidos de manera aleatoria por alrededor de 30 minutos. Capturó cualquier cosa que pasara allí. Después volvió a su casa y comenzó a escuchar, una y otra vez. Al cabo de unas pocas escuchas ya no estaba percibiendo sonidos aleatorios, sino que comenzó a percibir una estructura poética que parecía haber sido compuesta. Lo que había ocurrido es que había entrenado su oído, había entrenado su manera de confrontar la realidad desde el sonido y eso cambió su mente.

Entonces, ¿se puede cambiar la manera de pensar el sonido? ¿Qué es música y qué no es música? Para mí hay que acabar con la jerarquía, tan simple como eso. Encontrar una manera anarquista de escuchar. La manera anarquista de escuchar es muy importante: hay que intentar romper las jerarquías entre los sonidos. Sólo entonces, estarás listo para un buen viaje.

Remezclas anárquicas. Lado B

Me gusta una frase del pensador norteamericano Hakim Bey que me ha influenciado mucho: “Cada grabación es la lápida de una actuación en vivo”. Este pensamiento cuestiona lo que hacemos con las grabaciones, de manera que la siguiente pregunta sería: ¿cómo usamos estas grabaciones para mantenerlas vivas y hacerlas avanzar? ¿Cómo interactuamos con nuestra sociedad cuando estamos saturados de grabaciones? Una de las principales enfermedades que enfrentamos actualmente es que estamos saturados de grabaciones del pasado y no tenemos grabaciones del futuro (por ahora).

Tener tantas grabaciones es una carga sobre nuestros hombros. Afecta de manera drástica nuestra capacidad para caminar hacia adelante. Entonces, una solución que he encontrado es jugar con estas grabaciones, mezclarlas y remezclarlas en directo en una performance de cine en vivo, por ejemplo. Esta es una manera de devolverlas a la vida para hacerlas contemporáneas, para hacerlas ocurrir de nuevo (como el pueblo Xingú).

En lo que respecta al ciberespacio, al internet con el que convivimos, considero que es muy privativo y que apela a una visión muy materialista del mundo, lo cual me parece extremadamente peligroso. Por otro lado, existe el trabajo que desde hace muchos años viene realizando gente como Lawrence Lessig, creador de las licencias Creative Commons, que son las que utilizo desde que comencé mi carrera. Y, sin embargo, todo continúa en constante cambio. La cuestión es: ¿cómo avanzamos?. Y, cuando avanzamos y remezclamos, ¿cómo lo hacemos sin afectar lo esencial? Creo que esta es una gran pregunta que va en consonancia con interpelaciones de: ¿cómo grabamos y performamos de nuevo? ¿Qué hacemos con lo que ya está registrado?

En este sentido, pienso que es necesario un acercamiento experimental a la música. Este debería ser ese el objeto de cualquier movimiento de vanguardia como lo fue la música concreta en su momento. Explotar pero no implosionar, explotar hacia el mundo. Enviar diferentes ideas que después sean transformadas en algo nuevo. Me gusta verlo de esa manera porque trabajo en creación: ¿cómo lo que hago va a inspirar a otras personas a hacer algo nuevo? En el fondo todo se trata de esto.

En 2013 pasé tres meses viajando por Perú documentando la música y la cultura local, descubriendo joyas escondidas de la selva, las montañas y el mar. El resultado fue una colección de 33 películas y álbumes que muestran las costumbres y sonidos tradicionales de una de las culturas más importantes del mundo:

Otra vida más allá de la ciudad (y de la realidad)

¿Qué pienso sobre la sonoridad de la música tradicional del Perú? Casualmente acabo de estar en México, recorriendo una buena parte de este país que se parece tanto al Perú en su formación, en su identidad y en sus mezclas. Ambos han sido cuna de civilizaciones muy profundas y antiguas y han experimentado mucho sincretismo en su cultura. Muchos de los elementos que consideramos «antiguos» no lo son tanto, sino que han sido el resultado de mezclas más o menos recientes.

Me gusta mucho redescubrir el mundo de esta manera. Casi todo mi trabajo tiende a criticar la idea de que puedan llegar a existir “orígenes puros” y, sin embargo, en ciertos casos empiezo a ver las cosas con otros ojos. Amo la idea de una “vanguardia primitiva” porque me lleva a pensar que si algo caracteriza sónicamente a estas tradiciones es la repetición, el trance, los mantras; hacer lo mismo una y otra vez.

Algo que he visto mucho en México, y que me recordó mi estancia en Perú. son unas grabaciones audiovisuales que realicé en Chiapas, quienes poseen una de las músicas más hermosas que he escuchado en mi vida. Esto que llamamos “vanguardia primitiva” tiene una forma cíclica y psíquica inusual en este territorio. Siempre vuelven a lo mismo y no tienen un inicio ni un final. Me hace pensar mucho sobre su narrativa: ¿Estamos hablando de una narrativa que cuenta una historia del punto A al punto B o estamos hablando de otro tipo de narración más circular, que nunca acaba en B ni viene de A? Recuerdo filmar en Chiapas, por espacios largos de tiempo, algo así como canciones, aunque no deberíamos llamarlas así a pesar de que contienen letras. Son composiciones de 30 minutos, aunque podrían durar eternamente.

Lo que más me llama la atención es que estas culturas aún poseen una relación cíclica con el mundo. Para ellos, la estructura musical no está pensada en términos de linealidad porque es parte de un ciclo que nunca termina, una especie de renacimiento perpetuo, una manera cíclica de estar en el mundo. Me interesa la idea de renacimiento en la música de trance, ya sea en esta vanguardia primitiva o en las noches de club en Berlín. Siento que está pasando lo mismo en varios lugares, por supuesto es muy underground y no creo que veamos en algún momento un movimiento musical masivo. Pero sí creo que, en estas músicas, hay otra manera de percibir la realidad y el tiempo.

Sonidos Raíces del Perú (original)

Disco compilatorio del viaje de Vincent Moon por el Perú profundo. La colección de grabaciones de campo reunidas por el cineasta nómada en viaje entre abril y junio de 2013. En total grabó 33 álbumes.

Sonidos Raíces del Perú (remezcla)

Las grabaciones de Vincent Moon han encontrado una segunda vida de la mano de Sounds and Colours. Se convocó a 11 productores a remixar las grabaciones de campo de Petites Planetes en diversos estilos:


Continuar leyendo

Hilvanando el Territorio

Hilvanando el territorio nace en Lima, Perú, y es un proyecto que se pregunta por los afectos que generamos en torno a nuestros territorios. A partir de la pregunta «¿Qué es un monumento para ti?», recorrimos cuatro zonas en cuatro distritos limeños. La experiencia nos abrió nuevas preguntas que generaron materiales sonoros y gráficos, expuestos en un recorrido mediado por audioguías. A través de la invitación de Remezcla tu ciudad, nos sentamos en una escritura a cuatro manos para viajar entre Lima y Buenos Aires a través de esas preguntas.

Habitar una ciudad nueva y vivir en ella implica ser parte de una dinámica sensorial atravesada por contaminación de todo tipo: caos, alto tránsito de personas, espacios de hiper comercialización de nuestro tiempo libre, etc. Cambiar de ciudad es aprender nuevos códigos sensoriales para poder ser y estar en una porción de territorio. Desde lo cotidiano nos familiarizamos y aparecen otros modos de vivir en este nuevo espacio social. Vamos trazando nuevos trayectos mientras nos permite entrar; mientras el tiempo va tejiendo esa relación afectiva, vamos recolectando impresiones.

«¿Cómo sentís la ciudad?»1 Me resuena su voz en la mente, me sucede todo el tiempo, es otra entonación, otro pulso, otra forma de conjugar los verbos y me pregunto: ¿cómo es que se construye una sonoridad vocal según los territorios? ¿Habrá algo de lo que está en el aire que nos lleva a esa forma de pronunciar y entonar las palabras? ¿Los sonidos que ese territorio genera se hacen cuerpo a través de nuestras voces? Mi mente se dispersa…

Por ejemplo, el canto del pájaro que suena toda la noche por la avenida Corrientes es una señal desorientadora, hace pensar que son las seis de la mañana. Los cánticos de cada persona se van instintivamente unificando, una sensación de pertenencia que se guarda en las voces, una realidad de la cual ser parte. «Ya no vivo allá, hace unos meses vivo aquí», las voces como olas que se acompasan y se calibran entre sí.

«¿Cómo sientes la ciudad? / ¿Cómo sentís la ciudad?»
Entonces al responder a esa pregunta me pasa lo siguiente: aparece en mi cuerpo, y sobre todo en mis manos, una posible acción donde visualizo un conjunto de hilos, un tejido, que se tensa/estira/separa/afloja.

Estar en una nueva ciudad como una constante deriva. Las ciudades siendo ciudades, si bien en otra forma de ser ciudad, esta vez como un descubrir, un perderse, un extrañar, en un sentido de ser extranjera pero siempre citadina. A un tiempo, un pulso, un ritmo ya conocido.

Hilvanando el Territorio permitió preguntarnos por las monumentalidades que construimos. El recorrido nos mostró esos otros monumentos que fabricamos para ser parte de un territorio: la parroquia del barrio donde bautizaron a mi hermano, el parque donde mis padres se conocieron, la canchita del barrio donde jugaban mis amigues. Recuerdos de reunión humana, recuerdos que no he vivido, pero de los que me hicieron parte, en algún momento.

Los monumentos construyen narrativas sobre nuestros territorios, moldean nuestros sentidos sobre ellos y nuestras historias. Las diversas monumentalidades de Lima se ubican en cercanía casi sin relación aparente. Aun en esa extraña combinación, conviven en nuestra mirada y en los sentidos que tejen sobre nuestra ciudad. Las monumentalidades como esculturas públicas, dispuestas en los espacios de ciudad llevan consigo un sistema complejo de creencias (Majluf, 1994, p. 9) que conviven con las que hemos erigido en nuestra cotidianidad de ciudad (el altar del barrio, un paradero, el parque).

«En calles, plazas, parques o paseos se despliegan relatos, muchas veces sólo frases sueltas, incluso meras interjecciones o preguntas, que no tienen autor y que no se pueden leer, en tanto son fragmentos y azares, infinitamente entrecruzados.»(Delgado, 2007, pp. 9- 13).

Un territorio superpuesto con otros territorios, los sonidos del tráfico de carros superpuesto a los sonidos del mercado, junto con los cantos de las aves, el sonido del viento y las olas. Una gran masa de cuerpos sobre cuerpos, sonidos e imágenes, haciendo un gran ovillo de hilos rodantes. Territorios que se crean con la masa de todos nuestros recuerdos y vivencias.

Ahora que nos encontramos habitando esta otra ciudad va apareciendo el enorme monumento en la sonoridad de los dejos (sociolecto) que cada territorio imprime en nuestra voz. En los espacios entre palabras, entre letras, en los alargamientos de una vocal, en el uso de una misma palabra para tantas otras referencias. Un monumento al dejo y a las jergas/lunfardos/modismos de los territorios. Un tejido sensible y sonoro que está en el aire de cada ciudad.

Es muy curioso que ese aspecto monumental de un territorio se haga evidente al estar en otro lugar que no es el natal. Cuando lo ajeno evidencia lo propio. Y la insistencia en el uso de artículos por delante en el español en Perú, y también en las regiones donde el quechua fue lengua madre y está audible en tantas palabras2: Rímac, cancha, pucho, mate, etc.

Reconocer a una persona de Paraguay, porque habla distinto, ¿distinto a quién?, ¿al resto, al montón, a la mayoría de aquí? o a un niñe con un acento ya muy marcado que lo nacionaliza/territorializa sin saber siquiera aún qué significa eso de ser argentino, aunque quizá ya lo sabe muy bien. Todo eso va haciendo foco. Lo que es diferente muchas veces llama a escudriñar, ¿cómo sería escudriñar con los oídos? Oír hasta agotar, hasta querer entender o capturar algo que se escapa en forma de fade out.

Cómo nombramos las cosas forma parte también de las monumentalidades, esas que son difíciles de ponerle una forma-objeto pero que yacen en nuestros discursos políticos. La ciudad, como lo menciona Manuel Delgado (2007) «como una escritura, en donde los monumentos son subrayados, signos de puntuación donde el mobiliario de ciudad forma un palimpsesto» (pp.9-13). Tener un cuerpo de ciudad es amalgamarse con la masa, entrar en una coreografía colectiva que nos hace plegarnos y desplegarnos en los espacios públicos, en un ejercicio continuo de recorrer y crear monumentalidades.

Entramos, desde la ciudad, en el ejercicio inacabado de hacer consciente qué percibimos. Preguntas como: ¿qué sentidos se activan en la contemplación? o ¿cuáles son los límites de tu plano de percepción?, funcionan como caja de herramientas para traer al presente la consciencia de lo que estamos percibiendo. Al menos esa fue la idea que tuvimos para las audioguías. Sin embargo los sentidos conviven, entremezclados, por eso cuando observas una pared de ladrillos puedes percibir su textura, no la estás tocando, pero puedes saber con ver, porque la has tocado antes, porque guardas una memoria corpórea de aquello.

Por ejemplo, en algunas avenidas de CABA el gobierno de la ciudad ha colocado unas bancas que a la vista/tacto parecen unos sillones blandos, todas las características visuales nos indican, dada la experiencia, que son blandas. Sin embargo, nos han tendido una trampa: estas bancas son duras, son de cemento. Nos contaron que algunas personas se hicieron daño porque se aventaron, sus miradas táctiles en base a experiencias previas y saberes compartidos percibieron que era suave, blandito, como un sillón, pero no ¡fue muy tarde!3

Mientras estamos en el colectivo, en ese moverse, recorrer, transitar, en el encuentro con todo tipo de información que, de maneras ciertamente ocultas, operan en la percepción, convoca a una decisión aquello que la atención en dispersión encuentra atractivo, repulsivo, novedoso, similar; donde la curiosidad se posa, a veces mirando de reojo, otras buscando complicidad. El cuerpo percibe, siempre percibe: con qué te quedas, qué recortes azarosos te capturan, de qué se componen esas intuiciones curiosas. Lo que nos atrae suele ser lo que nos constituye. Operaciones más y menos conscientes.


Buenos Aires – diario de viaje 2023

Aquí ya no es “la combi”, “la T”, “la morada”, aquí es en masculino: “el bondi”, “el 24”, “el colectivo”, un sutil cambio de palabras que evidencia nuestro rol de visitantes. Errar en esa articulación se convierte incluso en una falta de respeto hacia la lengua madre, aquello donde la costumbre se aferra.

Lo sonoro también nos abre las puertas a los ecosistemas: ¿cuál es el sonido de esta tierra? ¿Cómo ensayamos derivas con otros seres? ¿De qué se componen nuestras ecologías territoriales?
“Por el centro de Buenos Aires he visto hormigas grandes y negras, como las que no veía hace mucho. Una fila enorme de hormigas llevando pedacitos de hierba en una jardinera de la ciudad. Debo haberme quedado como 15 minutos viendo esa deriva, ese trabajo colectivo. Un entrecruce más de seres que habitan la ciudad. ¿Qué sonidos tienen esas derivas insectas?”

Pero, ¿qué pasa cuando el viaje sucede en una ciudad pequeña?, donde la geografía, la temperatura, el color del cielo, la densidad de sus nubes es otra y los animales son aún dueños del entorno. Para responder estas preguntas me traslado a los recuerdos de mi viaje a Misiones, Puerto Iguazú. ¿Será que esta ciudad será ciudad o es pueblo? ¿Qué necesita un territorio para ser ciudad? Por el momento me quedo con la idea de una ciudad pequeña.

El canto de los tonos de voz es también distinto, el guaraní sobrevive en ese canto, más cercano al canto de las aves, confundiéndose en el aire con el canto de los niños y una se pregunta por esa naturaleza entre plantas, animales e infantes, quienes habitan en ese otro estado, el de la improductividad. Y lo mismo en las culturas que emergen de los territorios amazónicos, selváticos, verdes, marrones, con río, lluvia y sol.
¿Qué constelaciones surgen en un territorio a partir de los recorridos de sus habitantes? ¿Qué entramados coreográficos bailamos cada día? ¿Debajo de qué sonoridades ocurren?
Huellas que se superponen, que se quedan en la piel, huellas sonoras que nos hacen robar palabras y jugar. Las huellas dejadas por nuestras familias y que seguimos, las huellas del mar en la arena. Recorremos huellas de huellas y comenzamos a removerlas haciendo una mezcla. Seres compuestos de huellas que perciben la latencia de lo colectivo dentro de sí mismes (Combes, 2017, p. 70). ¿Desde qué huellas nos movemos? ¿Hacia dónde miran nuestros deseos en ese mover?



La ciudad que cada quien imagina para el futuro parte de los monumentos que habitan en el presente, los que hemos fabricado colectiva y afectivamente. El recuerdo del recuerdo que forman nuestras afecciones, nuestros lugares favoritos. Los que contienen un pedazo de nuestras historias. Retomando la pregunta “¿Qué monumento pondrías tú?”, recorrimos el ovillo, un juego de danzas que transforman nuestros cuerpos y a la vez transforma el cuerpo de la ciudad, monumentalizando nuestros deseos y haciendo material nuestros afectos.



Continuar leyendo

La travesía sonora de la papa

Una crónica que narra el viaje, el movimiento y la experiencia de producir sonidos a partir del tubérculo emblemático del Perú y la milenaria tradición que lo preserva.

En abril de este año recibí una llamada telefónica preguntándome si conocía la música generada por plantas y si era posible llevar a cabo la escucha del sonido de la papa. «Mmmm tal vez por medio de sensores con biocodificadores se podría obtener el sonido»–, respondí. Al mismo tiempo recordé que cada planta es distinta y cada estímulo suena de manera diferente; algún tiempo atrás, al trabajar con otros sonidos orgánicos, pude comprender que incluso Antaras de cerámica, Quenillas de hueso, Trompetas de caracol marino (pututo) hechos de materiales orgánicos también llevan una carga energética viva, contenida en su alquimia.

Para entonces ya conocía la experiencia de algunos investigadores extranjeros como Tarun Nayar que estaban haciendo música generada por hongos y plantas a través de electrodos insertados dentro de dichos organismos para obtener emisiones que luego son convertidas en información musical. Esta corriente es conocida como el PlantWave, y no es otra cosa que las vibraciones de las plantas, que permiten crear melodías, drones, atmósferas con fines de meditación y baños de sonidos. El Plantwave también es un dispositivo midi que convierte el biorritmo de las plantas en música. Este proceso data desde el año 2012 cuando se ofreció la primera instalación Data Garden Quartet en el Museo de Arte de Filadelfia.

Hace algunos años, como parte de una investigación con unas vasijas silbadoras de la cultura Vicús (500 a.C., aprox.), se nos ocurrió colocar un electrodo para comprobar si emitían sonido desde su parte interior. La música que obtuvimos nos dejó paralizados: escuchamos cómo la arcilla y el aire dialogaban sónicamente de manera mágica y atemporal. Para cualquier investigador de instrumentos prehispánicos, escucharlos desde su ejecución es un deleite pero escucharlos sin la intermediación de un ejecutante es otro universo. Debido a su diseño y arquitectura, fue como hacer un viaje en 3D sobre el objeto hasta sumergirnos en él desde su respiración.

Recordé un cuento de mi buen amigo y músico Dimitri Manga: «De pronto se acordó de la antara y que era bueno tocarla para la mala hora. Entonces la sacó y sopló, y el bulto negro se fue botando candelas y gritando como gato ¡Miau! y se perdió en el cerro. Así, llegó tranquilo a su casa y contó todo lo sucedido a su familia. Como ven, tocar estos instrumentos sirve para orientarse, curar las penas, que el miedo no entre, y para no perderse».

el PlantWave que no es otra cosa que las vibraciones de las plantas que permiten crear melodías, drones, atmósferas con fines de meditación y baños de sonidos.

El Plantwave también es un dispositivo midi que convierte el biorritmo de las plantas en música.

De los Andes al mundo

La papa posee más de 3 mil variedades y es un hito en la cultura peruana y en la historia mundial. Sin embargo, los propios peruanos conocen poco o nada sobre sus orígenes, sus rituales, su cultivo, su rol vital en épocas de guerra o crisis, incluso en todo el camino que debe atravesar hasta llegar a nuestro plato. Si la papa hablara, ¿qué nos diría? Con estas premisas decidí que este emblemático tubérculo cuente su propia historia, que sea ella quien emita sus propios sonidos y tal vez su música.

 
Para conocerla más de cerca me fui muy temprano al Mercado Central, centro de abastos desde hace más de un siglo en Lima. Pregunté en qué lugares podría encontrar la mayor variedad de papas y escuché una voz muy peculiar: «¡Papas canchán casero, son papas que no son aguachentas, sequitas por dentro y rápidas de cocinar! ¡Sequitas por dentro!». Giré buscando a la persona que pregonaba estas ventas y, efectivamente, tenía en su tienda papas colgantes. La de color rosado era la benefactora de tales propiedades e inmediatamente pensé: «¿Y si la canchán la toco cómo si fuera una antigua antara milenaria?».

Entre el tumulto y los ruidos propios del gran mercado mayorista, recordé los tubos irregulares que conforman el instrumento andino, los que permiten producir el sonido con ese soplo básico. Entonces compré la papa rosada y me fui pensando en el sonido rajado, en la acústica, en la simbiosis entre la papa y la antara.

«…en el tiempo permanece, /en la oscuridad mira, / en el silencio habla, / Papamama de los Andes, / corazón de la tierra…»

(Poema de Isabel Álvarez)

Al término del día, llegué a mi estudio y con los instrumentos adecuados logré generar el orificio, el conducto en la papa, donde según yo y según mis predicciones podría llevarse a cabo el uso deseado, como si fuera un instrumento. Llevando así el tubérculo al mundo de la plantwave o música vegetal. El resultado fue alentador: oír el corazón mismo de este tubérculo fue un acto que expande toda imaginación. Desde sus orígenes de domesticación en el distrito de Capachica (Puno), hace por lo menos 8 mil años, hasta hoy.

En Lima, la papa se abastece en los mercados gracias a las 19 regiones del país que las producen. Esto permite tener un flujo constante del alimento durante todo el año. Los costos siempre varían, y el agricultor, quién la cosecha no capitaliza de manera recíproca sus costos, su esfuerzo y la dimensión real de su trabajo. Para llegar a la mesa del consumidor, sufre una serie de castigos y sucumbe a muchas cadenas de intermediarios. Sigue siendo un tema de explotadores y explotados. Incluso se podría decir que es un trabajo «de pobres» porque el grueso de la población pobre trabaja en los campos pertenece a una clase baja. Así se produce el fenómeno de que los alimentos de la tierra o del campo son considerados de poco coste o mano de obra elemental. «Ahora mismo los campesinos del mundo nos subsidian a todos».

El paso que logramos para hacer sonar a la papa fue el siguiente: seleccionamos una serie de papas por su tamaño entre largo y ancho. Considerando su espesor, se logra tener en claro las medidas del diámetro interno para lograr así las notas musicales. A continuación, se seca la papa para conservar mejor su orificio de soplo. Luego de obtener este registro en un escala afinada en RE, pasamos a grabar cada soplo o cada papa, o cada registro como si fuera una nota musical,. Gracias a unos electrodos conectados a las hojas se recogen los  impulsos de las plantas al registrar las variaciones eléctricas. Utilizamos un Arduino simple que convierte este impulso en una serie de comandos conectados vía midi a un programa de música (Ableton) en el ordenador. Esto nos permitió escuchar el propio impulso de la hoja de la papa haciendo sonar al tubérculo previamente grabado.

«Científicos encontraron que las plantas gritan cuando son cortadas, un estudio por la Universidad de Tel Aviv demuestra que plantas como el tabaco, el tomate, entre otras, hacen ruidos cuando son deshidratadas o cortadas, lo más cercano a como suena sería como oír granos de maíz explotando»

(Hans Fisher, youtuber @hansfischerrr.)

El día anterior a la cosecha

Esta experimentación me llevó a diseñar una exhibición donde se pudiera mostrar este viaje sonoro de la papa. Gracias al Centro Cultural de España en Lima pude exponer las variedades de papas más consumidas en todo el país: la papa huayro, la amarilla y la peruanita. La sala principal de exposición fue convertida en un campo de cosecha, tal como se realiza en los Andes peruanos, incluyendo su respectivo pagapu.

El pagapu es un ritual ancestral en el cual se rinde ofrendas y agradecimientos a la tierra: «Tenemos esta costumbre de ofrecer pago a la tierra por motivos que a veces en nuestros cultivos, necesitamos bienestar y fecundidad para nuestras cosechas; nosotros que somos de la agricultura sufrimos cuando los campos no son fértiles, cuando el agua baja y el nivel de lluvias escasea. Hemos acordado los cuatro comités de la comisión San Bartolomé poder realizar este pago, y lo importante de esta costumbre ancestral, para que nos proteja». (Miguel Rojas, agricultor del distrito de San Bartolomé, Valle Tarma. Mayo, 2023).

El día anterior a la inauguración me dispuse a colocar las flores amarillas por encima de los montículos de tierra. Sí, al madurar la papa, desarrolla unas hermosas flores que sobresalen de la tierra. Son un indicativo para remover el suelo y separar las papas de la planta madre. Este suelo posee una gran cantidad de materia orgánica, como follaj,e que debe ser primero recogido para luego cortar las raíces que pasan por debajo de las papas. A este tipo de cosecha se le denomina la manual o tradicional, arrancar, recoger o echar mano al tubérculo. Este es el sistema o técnica predominante en el país, el cual garantiza una cosecha óptima de mayor responsabilidad y calidad.

Mi idea consistía en crear unos surcos de tierra para luego dejar al descubierto la planta, quedando en la superficie los tubérculos listos para ser recogidos, acto muy significativo en el proceso de la cosecha.

A poco de culminar esta acción, me invadió un desconcierto sobre esta instalación: ¿Está lista para presentarla? Sabía que el panorama era muy exigente, entre invitados y especialistas agropecuarios, representantes de instituciones en el tema del cultivo, agricultores y estudiantes. No supe cuánto tiempo me quedé sentado en la sala, contemplando la oscuridad. Solo recuerdo que era de noche y alguien encendió la luz. Era María, encargada de la limpieza: «¿Qué le pasó?, ¿por qué está en el piso?», me preguntó. Inmediatamente nuestras miradas cayeron al suelo sobre el montaje de la cosecha de papa. María se quedó observando con prudencia, le conté que hice algunos viajes de campo y revisé muchos documentos entre fotos, textos y videos para poder acercarme a la tarea encomendada. María respondió: «Hace algunos años atrás me dedicaba a la siembra de la papa. Era común en mi comunidad de Cátac, en Áncash. Fue nuestra principal fuente de trabajo, antes de viajar a Lima tuve que desafiliarme del comité de productores de la papa de mi región. Los recintos que has depositado están bien, la tierra se aprecia por sus niveles. Así es como cosechamos también en nuestra comunidad. Me has hecho acordar desde el momento de la floración antes de la cosecha, donde la tierra toma esa densidad por el sol y el frío, hasta finalmente ser cosechada».

Muchos días después de la inauguración recordé unas palabras del maestro Victoriano Morales, agricultor del Fundo Monte Azul en la ciudad de Huánuco: «Nuestro objetivo es preservar la papa nativa en el ámbito nacional, como guardianes, como pequeños productores que conservamos, nosotros los agricultores llamados guardianes herederos de nuestras familias, nuestros padres. Sin embargo, vivimos en condiciones de pobreza y nos sentimos orgullosos de conservar. En si no somos pobres, pero políticamente nos consideran como pobres. Nosotros tenemos riquezas y sabiduría de muchos años, cada uno conserva de 50 a 500 variedades».

Te imaginas un alimento con más de 10 mil años de antigüedad y que actualmente hemos podido oír su latido, su semilla y su piel. Esta propuesta nos conecta con los orígenes de la papa. Aquí el tubérculo se ha vuelto sonido, ha sido soplado directamente a modo de instrumento u objeto sonoro para comunicar su propio lenguaje, para saber de su pálpito bajo la tierra y cómo los antiguos pobladores han continuado adorando este alimento junto a creencias mágico religiosas. Por eso, tratamos de escuchar su peregrinación. Melodías y sonidos marcan el viaje de la papa. De esta forma, la música y el sonido son reflejo de un manto extenso, una dádiva, un ungüento, un alimento de la tierra. Una semilla hacia el futuro.



Continuar leyendo

Donde hace su nido el Teesh

Esta historia nos lleva de viaje desde las alturas del sur peruano hasta la calurosa selva donde habita el Teesh, ave emblemática para la etnia Awajún, cuya relación con el espacio se refleja en su propia lengua.

La vivencia que a continuación les comparto incluye un desplazamiento desde el sur al norte peruano; un cambio de temperatura de 10 a más de 40 grados; alturas desde los 4000 hasta cerca de los cero metros sobre el nivel del mar. Esta travesía parte de la ciudad de Cusco y luego de pasar sobre el imponente río Apurímac, atravesar dos cordilleras, contemplar la inacabable planicie de Pampa Cañahuas y un abrupto descenso hacia el desierto de Nazca, me pone en la costa por una interminable franja frente al Océano Pacífico. Y empalmar con un ascenso hasta las alturas de Ticlio y culminar con un tranquilo descenso por el valle del Mantaro.

Los paisajes visuales cambian a cada instante, agrupando verdes, amarillos y marrones. Pero desde el interior de un bus no es fácil escuchar los paisajes sonoros. Hasta aquí estamos en territorio conocido: el clima, el habla, la disposición de la gente y la confianza presente o ausente. Una noche, partiendo de Huancayo hacia Huánuco, comienzan los aprendizajes más radicales, los cambios inesperados que determinan una nueva geografía, una nueva influencia y un diferente yo.

“Si no conoce, no camine, pero si no camine, no conoce” Una mujer en Trujillo, guiándome hacia una zona segura de la ciudad.

La ciudad de Huánuco tiene grandes montañas, altas y secas, cuyo calor anuncia la selva central, además del paso del río Huallaga, una poderosa masa de agua que construye de manera muy directa el cuerpo del Amazonas. este enorme río, todavía muy lejano, pero que da sentido y esencia a toda esta región del mundo, a la que hemos aprendido a llamar Amazonía.

Desde Huánuco a Tingo María, el Huallaga desciende de manera muy rápida y caudalosa, mientras el marrón de las montañas circundantes se va convirtiendo velozmente en un verde intenso que pinta los cerros de árboles y de una nueva circunstancia: una ventana abierta en el auto me permite apreciar los paisajes sonoros que se van construyendo con el incesante ruido de las motocicletas (un sello sonoro de las ciudades de la selva) y el canto de aves que, buscando el río, pasan muy cerca de la carretera, amalgamando un sonido muy particular y perenne, un sonido en el que seguro se inspiraron los creadores de los osciladores de sonido artesanales: el canto de la chicharra, aunque tal vez la palabra “canto” no sea la correcta, pues este sonido no se produce en su boca, es un llamado reproductivo, a veces tan intenso que silencia nuestra propia voz.

Desde aquí el paisaje nunca dejará de ser verde, combinado con otros colores, con montañas que se acercan y se alejan para dar paso a extensas planicies donde se siente la presencia de sembríos de arroz. Esta carretera, que llaman también la «Marginal de la Selva», recorre Tocache, Juanjui y otras poblaciones cuyos nombres están en mi memoria como consecuencia de una serie de experiencias que tienen que ver con las noticias televisivas en tiempos de violencia y con recomendaciones de “por allí no tienes que ir”. Los paisajes urbanos de este recorrido carecen ya de aspectos tradicionales pero tienen otros símbolos, como la escasa ropa de sus habitantes y el signo distintivo de la barriga descubierta que manifiesta el incesante calor de estos parajes.

Esta primera etapa del viaje culmina en la ciudad de Tarapoto. que registra calores por encima de los 40 grados centígrados. Los sentidos perciben el ánima de una región viva y diversa pero mal funcionan al sentir el cemento caliente, la deshidratación constante y la dependencia del ventilador. El desplazamiento continúa hacia el norte, atravesamos Moyobamba, donde el calor mengua un poco y la marginal de la selva empieza a ascender por un paisaje cada vez más montañoso, húmedo y gratamente frío, donde las chicharras siguen asumiendo el protagonismo sonoro. Les acompañan otros insectos, aves y ranas, que deben esforzarse un poco más para ser escuchadas. El camino se enrumba por el bosque de Altomayo y se vuelve más amable para alguien ajeno a este clima. Varios letreros de las poblaciones que atravesamos toman como referencia el quechua para nombrarlos, manifestando la cercanía del quechua lamista en esa zona y la influencia de otras lenguas originarias. El camino llega a la parte más alta llamada Pedro Ruiz y luego, siguiendo el descenso del río Utcubamba, se introduce en un apretado desfiladero que se va haciendo progresivamente más seco hasta llegar a la enorme planicie de Bagua. El calor regresa con fuerza, así como los paisajes verdes y los sonidos compuestos. Aquí habita el gigantesco río Marañon, profundamente implicado en la vida del Amazonas. Recoge todas las aguas de esta zona y las lleva por un estrecho valle que desciende a gran velocidad, volviendo a pintarse de verde intenso, hacia una pequeña población cuyo nombre daba una esperanza de frescura: Chiriaco, proveniente del quechua chiri yaku o “agua fría” que es también el nombre del río que le circunda y que, aguas arriba, me lleva a la comunidad awajún de Teesh.

«Si no conoce, no camine, pero si no camine, no conoce»

Una mujer en Trujillo, guiándome
hacia una zona segura de la ciudad

La sociedad awajún habita, a lo largo de los ríos Chiriaco y Marañón, en una serie de comunidades perfectamente adaptadas para la vida en estas geografías, conectadas de manera intensa al río, al sonido de sus aguas y al de los motores de los peke peke (pequeñas balsas a motor) que les transportan por estos cauces. Los awajún, ​​también conocidos como aguarunas, representan el segundo pueblo originario amazónico demográficamente más numeroso del Perú, después de los ashaninka, y se caracterizan por su compromiso con la defensa de su territorio ancestral.

Su cultura, en varios aspectos adaptada también a Occidente, es heredera de una gran fuerza, convicción y orgullo; en ella se integra una vida vinculada al sembrío de la yuca y el plátano, a diferentes técnicas de pesca y a una amabilidad que abre las puertas de sus casas a quienes les visitamos. Muestran una gran curiosidad por los lugares de donde venimos. En ese  intercambio es posible acercarnos fácilmente a su historia milenaria, enmarcada por una naturaleza imponente y sonora.

Defender el territorio

Un pequeño muelle junto a unas gradas adaptadas en la ladera nos llevan a la comunidad de Teesh, nombre de un ave que construye complejos nidos sostenidos de los árboles, cuyas casas aún son construidas con techos vegetales de gran eficiencia para la lluvia, guarda pozas para las tilapias, y en general una enorme cantidad de saberes materializados en cultivos, en preparaciones y en la disposición equilibrada de los recursos que la naturaleza les otorga.

Todo esto se va mezclando paulatinamente con la influencia de Occidente, que se impone desde la necesidad contemporánea de las comunicaciones, desde el consumo de algunos productos de fabricación distante, desde la educación y la religión.

Algunas de estas intervenciones impregnaron en la memoria de sus habitantes dramáticas experiencias de muerte, de violencia y usurpación de sus territorios. Tal vez la peor de todas fue el Baguazo, un enfrentamiento entre los comuneros y la policía nacional que dejó varios muertos y decenas de heridos. Esta vivencia aún está muy presente en las vidas y los relatos de quienes habitan esta comunidad y otras cercanas.

«El río nos da la fortaleza»

Mujer achuar en Puyo, compartiendo
su experiencia de vida con el río Pastaza.

El paisaje sonoro de Teesh es una maravilla para quienes llegamos recién. Nos reta a un continuo intento de interpretación: el rumor del río Chiriaco que rodea la comunidad y que es más bullicioso en cuanto se sube a las partes altas, sin perder jamás su omnipresencia; las aves que se movilizan entre los altos árboles, sobretodo al comenzar y terminar el día, y donde se escuchan golondrinas, manacaracos, halcones y el teesh, además de una serie de aves pequeñas; muchas ranitas, escarabajos, libélulas, mariposas y otros más, dónde fácilmente destaca los osciladores naturales de la chicharra; los gritos y risas de las uchi (niñas / niños) en permanente juego, en su libertad de desplazamiento, en su descubrir y aprender, en su interacción con la naturaleza de la comunidad de la cual son parte, y en algunos casos, la cercanía de sus palabras, cuando repiten de forma cómplice apách (mestizo).

Están también los truenos que, según la claridad de las nubes, se sienten tan cerca que parecen remecer la tierra y cuyos ecos en las montañas próximas prolongan su duración hasta volverlos muy atemorizantes. Allí también está el rumor de algún avión distante, que usa este cielo como ruta desconocida y, finalmente, la voz de las y los muuk (ancianas/ancianos), quienes comparten historias y saberes propios de esta tierra, hablan de la toma del toé y la guía de sus visiones, de la arcilla, del cultivo de la yuca, la construcción de redes, el modelado de la madera, y mucho más, con la intención de transmitir su ser a las uchi, quienes escuchan con atención y con un coherente orgullo. Aprenden, de esa manera, a entender el mundo que les ha sostenido por milenios en este territorio.

Mi escucha es aún muy limitada en awajún, pero puedo esperar con paciencia los momentos en que alguna palabra me resulta conocida o que de pronto alguien traduce esa sabiduría al castellano, permitiendo acercarme un poquito más a su lógica. Aunque todavía distante, pues entender esta selva sólo es posible en lengua awajún: tiene las palabras precisas para describir este entorno, a diferencia del castellano o de cualquier otra lengua occidental, que sólo pueden prestarme palabras de otras realidades y territorios para acercarme muy levemente a su cultura, lo suficiente para hacerme fantasear con la plenitud de entender, ver y escuchar este mundo.

«A mis paisanos los han denunciado y los han encarcelado; algunos han muerto sin salir y otros han salido hace poquito nomás»

Mujer Awajún en Wachapea

En Teesh hay muchos caminos que llevan al río, algunos más sencillos de transitar que otros. Por ejemplo, para el baño de rigor al caer la tarde en el Chiriaco, de aguas frías y refrescantes, que ayudan a combatir el intenso calor y los mosquitos que habitan sus orillas. Andando entre las piedras resbalosas del fondo, sintiendo los pequeños peces que se acercan a los pies sumergidos, midiendo fuerzas con la corriente, aprendiendo de sus profundidades, de su fuerza y de su inmenso valor para la comunidad.

Finalmente, toca subir nuevamente al peke peke, seguir el curso del río, emprendiendo el retorno al sur, queriendo entender cómo aplicar a la propia vida lo aprendido, reconociendo y agradeciendo lo diferente que también somos como país.

«Wainiámi» (hasta pronto)

Personas awajún en la comunidad de Teesh, al despedirse

«¡Apách!»

Algunas uchi awajún con gran sorpresa, en la comunidad de Teesh, al escucharme saludarles diciendo Amékaitam.


1 Una variedad de quechua hablada en la provincia de Lamas en el departamento de San Martín, y en algunos pueblos a orillas del río Huallaga.


Continuar leyendo

Qoykuway ñaniykita (préstame tu camino)

Para las sociedades andinas, la memoria es valorada tanto por su capacidad de recordar como por su voluntad afectiva hacia el otro. Esta crónica, narra por primera vez y en primera persona, el encuentro entre Miki González y el universo, aún poco conocido, de la música andina en el Perú.

Mi nombre es Juan Manuel González. Dicen que soy hispanoperuano porque nací en España. Leí en algún lugar que las células se renuevan cada siete años. Entonces puedo afirmar que estoy hecho de materia peruana. Para los psicólogos soy obsesivo compulsivo, entre otros diagnósticos psiquiátricos. Yo solo sé que soy músico.

Llegué al Perú cuando tenía 9 años. Un 6 de octubre de 1961. Mi papá era de una zona campesina de Santander, España. Había sido militar y luego de intentar estudiar arquitectura, se mudó con su nueva familia a Venezuela. Allí vivía su hermano, que trabajaba para una transnacional española. Mi padre siempre fue un trabajador independiente pero, por las sucesivas crisis políticas, tuvo que trabajar en dicha transnacional. Pocos años después, le encomendaron un cargo en Lima. Por eso nos mudamos aquí. Mi madre me matriculó en un colegio privado, dirigido por curas católicos, y mis compañeros eran de clase alta. Todo eso era nuevo para mí, yo no venía de una familia aristocrática pero encajé bastante bien y logré avanzar sin muchos conflictos.

Crecí en un hogar extranjero. Mi padre escuchaba música clásica (sobre todo Bach, Beethoven y Brahms) y mi mamá escuchaba de todo, incluso rock. En mi casa no se escuchaba música peruana. Por mi colegio y mi círculo social, yo era rockero. Recuerdo que en las radios de esa época pasaban canciones de Los Beatles, Los Animals o los Rolling Stones; por mi lado yo escuchaba a Cream, Jimmy Hendrix o The Doors. Aunque lo que más me enganchó fue el blues: Muddy Waters, Howlin’ Wolf y Robert Johnson me volaron la cabeza.

Yo vivía en una burbuja. Tanto así que descubrí la comida peruana recién a los 14 años de esta manera: a esa edad comencé a correr tabla y mis amigos tablistas, después de surfear olas toda la mañana, comían en el muelle de pescadores de Chorrillos. Allí conocí el pescado frito con frijoles y arroz. Una delicia.

Dicen que soy hispanoperuano porque nací en España. Leí en algún lugar que las células se renuevan cada siete años. Entonces puedo afirmar que estoy hecho de materia peruana. Para los psicólogos soy obsesivo compulsivo, entre otros diagnósticos psiquiátricos. Yo solo sé que soy músico.

Premonición (llaman a la puerta)

Mi primer acercamiento a la música peruana fue a través de la radio y la televisión. Recuerdo que cuando era niño, pregunté a una señora peruana cuál era la música típica que se escuchaba en el Perú y me dijo “el huayno y la marinera”. Inmediatamente imaginé un grupo de marineros haciendo música. Muchos años después entendí que fue Abelardo Gamarra ‘El Tunante’, quien creó ese nombre como homenaje al héroe naval Miguel Grau. ‘El Tunante’ agrupó diversos estilos musicales que se tocaban en el Perú y a todos los llamó marinera.

En octubre de 1968, el general Juan Velasco da un golpe de Estado. Yo estaba terminando la escuela secundaria y por primera vez sentí que perdía mis derechos fundamentales: algo que, a partir de allí, se volvería una normalidad en el Perú. En 1969 me mudé a Piura para estudiar en la universidad del Opus Dei.

En octubre de ese año, aconsejado por los profesores de dicha universidad, me mudé a España para seguir estudios de ingeniería. No duré mucho en la carrera porque mis intereses cambiaron. Aproveché las vacaciones del verano europeo y, en junio de 1970, me escapé por un par de meses a Perú.

Una noche llegué al Centro Cultural Zanzíbar de Miraflores. Había una banda tocando en vivo y me llamó la atención porque reconocí a uno de los músicos: era Juan Luis Pereira, la banda se llamaba El Polen. Usaban violín, guitarras acústicas, tal vez cajón, no estoy muy seguro, aunque con certeza fue el primer grupo de rock al que vi incorporar dicho instrumento. El cantante de la banda era un afro brasileño que interpretaba covers en inglés, algo muy común en esa época.

Los jóvenes de aquel tiempo soñábamos con agarrar la mochila y viajar por el mundo tirando dedo. Yo había tenido una primera experiencia viajando a Marruecos en el 69 y mi sueño era llegar a la India.

Como dije, en 1970 vine a Perú de vacaciones y viajé a conocer el Cusco. Al llegar a la ciudad me encontré con el brasileño de El Polen que me invitó a hospedarme con la banda. Ellos se alojaban en un edificio donde los acogía Luz Garland y donde también funcionaban algunas oficinas del diario El Comercio. Recuerdo que los músicos de El Polen salían por la mañana a ‘manguear’ (tocar en la calle para ganar algunas monedas) en el mercado de San Pedro. Allí fue la primera vez que escuché a la banda interpretar canciones de música andina.

En los años 70, se expandió con fuerza la llamada “música latinoamericana”, un movimiento artístico que buscaba unificar el común denominador de las culturas tradicionales de este lado del mundo. Estas bandas usaban regularmente charangos, zampoñas y bombo legüero. Esto era lo que se consumía como identidad, sin embargo, ese viaje a Cusco me hizo descubrir que esa música no representaba a ninguna comunidad. Señalo esto porque existe aún un enorme desconocimiento de estas culturas. Uno creería que todos los músicos de los Andes ejecutan sus instrumentos de la misma manera, sin embargo, se ignora que, incluso en una misma localidad, se pueden encontrar notables diferencias entre ellos.

Para las comunidades andinas, la música funciona como una suerte de “firma sonora”, como sostenía mi buen amigo Xavier Bellenger, es decir, una especie de sello distintivo que permite diferenciar a los conjuntos de acuerdo a su lugar de procedencia. Por ejemplo, en el Perú, en las poblaciones andinas donde se toca el charango, no se toca la zampoña, este instrumento es propio de los conjuntos del altiplano. Otro ejemplo: Antes, el sikuri se tocaba en mayo, que es el tiempo de la cosecha, ahora por la popularidad que ha alcanzado se toca en cualquier época del año. Al culminar el período agrícola, los músicos destruyen sus flautas, hasta el año siguiente que las construyen nuevamente. Por eso es importante saber que la música andina está conectada con eventos agrícolas y/o ganaderos, en un contexto ritual profundo y ancestral.

En junio de 1972 regresé definitivamente al Perú. Durante mi estadía en España, alguien me había regalado dos casettes que me impresionaron mucho: uno era de Sonny Terry y Brownie McGhee (dos bluseros afroamericanos), y el otro de T-Bone Walker, cantante y guitarrista también afroamericano. Esto me ayudó a entender que el blues era música de afrodescendientes. Entonces dejé de escuchar rock y por muchos años solo escuché música de África o de la diáspora africana (jazz, blues, etc.). En esa época comencé a estar más cerca de los músicos y me alejé del mundo del surf.

En septiembre de ese mismo año, me mudé con mi novia al Cusco. Ya tenía inoculado el virus de la cultura andina. Aprendí algunas palabras y frases en quechua aunque, en paralelo, seguía desarrollando mi lado blusero. Una escena memorable de esos años me lleva hasta los portales de la plaza de Armas del Cusco: algunas noches solitarias, se posaba allí un hombre andino, con un chullo en la cabeza, una antara pequeña, una lata de manteca colgada al cuello y cuatro perros grandes que se desparramaban a sus pies. Por unas cuantas monedas, este hombre te tocaba huaynos e incluso tangos. Después me enteré que se apellidaba Condorcanqui, como Tupac Amaru, y que por las mañanas vendía tijeras en el mercado. Este personaje me enseñó que ser un artista auténtico no es hacer arte pensando en tener éxito.

Añado a esta memoria, una imagen que parece sacada de una película de Fellini: durante los años 80, dos músicos se estacionaban todos los días en la estrecha calle donde se ubica la famosa piedra de los doce ángulos. Uno era ciego y tocaba la quena; el otro no tenía piernas pero veía y tocaba el arpa. Cuando terminaban su jornada, el ciego cargaba el arpa, mientras el que veía se desplazaba, apoyado en sus brazos como piernas, guiando la ruta. Era una simbiosis maravillosa que, al mismo tiempo, te partía el corazón. En esa época era muy común ver músicos discapacitados que trataban de sobrevivir de esa manera.

Los jóvenes de aquel tiempo soñábamos con agarrar la mochila y viajar por el mundo tirando dedo. Yo había tenido una primera experiencia viajando a Marruecos en el 69 y mi sueño era llegar a la India.


Qoyllur Rit’i (estrella de nieve)

En 1990, fui por primera vez a la fiesta del Qoyllur Rit’i. Peregrinar varios días, con temperaturas extremas, tratando de escalar un nevado de 5 mil metros de altura, junto a miles de campesinos que danzan y tocan música, fue una experiencia reveladora. Como había volado directo desde Lima, terminé subiendo en un caballo porque me aniquiló la altura. En ese viaje conocí un sacerdote andino de nombre Jesús Qána, que luego me invitó a su comunidad (Amaru), en las alturas de Pisac, para leerme la hoja de coca.

Es importante saber que la música oficial del Qoyllur Rit’i es ejecutada por los Qara Ch’unchu, que son una cofradía o comparsa conformada por hombres. Ellos usan unos pífanos (kinray pito), que son quenas que se tocan de manera horizontal como si fuera una flauta traversa, acompañados de un bombo y una tarola. Los Qara Ch’unchu tocan durante todo el recorrido, desde que salen de su comunidad hasta el santuario y viceversa. No se detienen nunca, ni siquiera por el estruendo de las camaretas (pequeñas latas rellenas de pólvora). Desde luego, yo no entendía nada aunque me fascinaba todo lo que veía. Sentía que había una fuerza superior que reunía a 20,000 peregrinos a 4,800 metros sobre el nivel del mar y con temperaturas bajo cero por las noches.

Después del Qoyllur Rit’i, me dediqué a comprar en los mercados cassettes piratas de artistas andinos como Flor Pileña, el Conjunto Santa Bárbara de Sicuani, Rosita del Cusco, que gracias a ella pude conocer al conjunto Condemayta de Acomayo. Su director, Saturnino Pulla, tocaba huayno con armónica y es uno de mis grandes héroes musicales. También conocí a Mario Molina ‘Hualaycho’ de Chumbivilcas. Él era conductor de Radio Tawantinsuyo. Los domingos por la mañana llegaban artistas de las comunidades y tocaban en vivo en su programa. Mario y yo nos hicimos amigos y nos veíamos con cierta frecuencia en Cusco. Fue el primero al que escuché locutar mensajes bilingües en quechua y castellano, que se escuchaban en pequeñas radios portátiles a pilas, en todas las comunidades de las alturas de la región. Era una forma ingeniosa de comunicarse con zonas alejadas donde no había electricidad. Hualaycho también organizaba eventos que congregaban una cantidad importante de público y que ayudaron a consagrar artistas como el grupo Condemayta de Acomayo.

Por esa época me contrató un cliente que trabajaba para el Ministerio de Educación y necesitaba grabar a músicos y conjuntos tradicionales de diversas regiones del Perú. Debido a ello, comenzaron a desfilar por mi estudio diversas agrupaciones folclóricas. De ellas aprendí, por ejemplo, que existen músicas rituales que se tocan cada año durante los carnavales de febrero, mes del solsticio de invierno en los Andes y del inicio de las ceremonias de fertilidad de la tierra. Comprendí también que en las comunidades andinas, la música está asociada al calendario agrícola y a una concepción sagrada de la naturaleza.

Años después, en 2007, publiqué un disco llamado Real Andes Series que está en todas las plataformas de streaming. Este disco fue muy especial para mí porque además de ser un homenaje a los músicos originarios del Perú, es un registro histórico de música que, en muchos casos, ya no se toca de esa manera. Uno de los temas de ese disco tuvo una historia singular: era 2006, había llegado a Cusco y llamé a Saturnino Pulla, que había grabado unas armónicas para el álbum. Lo fui a buscar a la radio Inti Raymi donde conducía un programa junto a su esposa Calandria del Sur, cantante de Condemayta. Aquel día Saturnino estaba entrevistando a Reynaldo Puma, un músico de Acomayo que se encontraba de gira tocando arpa en varios pueblos por la fiesta de Epifanía. La dinámica del programa consistió en que Calandria ponía unos discos de Condemayta como fondo musical, Reynaldo tocaba el arpa en vivo y yo ponía unos tracks de huayno con beats electrónicos. Todo esto ocurrió como parte de una entrevista que se transmitió en vivo y se escuchaba en todo el sur andino peruano. Para mí esto fue mejor que tocar en los Grammy, nada me hizo más feliz.

Al terminar el programa fuimos por unas cervezas y luego invité a Reynaldo a grabar unos temas en la habitación de mi hotel. Improvisé rápidamente un estudio con algunos micrófonos y logré registrar unas siete u ocho canciones. Una de ellas me resonó con más fuerza, se llamaba “Dulce Naranjita” y había sido compuesta por el padre de Reynaldo que, además de las hermosas melodías de su arpa, tenía una letra que narra una escena bucólica y campestre, en los Andes de comienzos del siglo XX.

Paralelamente a la recopilación de música de las comunidades rurales (andinas, costeñas, amazónicas), publiqué varios discos de esta música mezclada con beats electrónicos. Uno de esos álbumes se llamó Inka Beats Iskay.

Es importante saber que la música oficial del Qoyllur Rit’i es ejecutada por los Qara Ch’unchu, que son una cofradía o comparsa conformada por hombres. Ellos usan unos pífanos (kinray pito), que son quenas que se tocan de manera horizontal como si fuera una flauta traversa, acompañados de un bombo y una tarola. Los Qara Ch’unchu tocan durante todo el recorrido, desde que salen de su comunidad hasta el santuario y viceversa. No se detienen nunca, ni siquiera por el estruendo de las camaretas (pequeñas latas rellenas de pólvora).

Tusuy Puquio (danza del agua)

Sin duda, mi experiencia en el Qoyllur Rit’i fue fundamental para cambiar mi concepción de la música. Esta gente del campo hacía música exclusivamente para su comunidad: no para la radio, la televisión o los turistas. Ese espíritu de autenticidad fue un catalizador para los discos que comencé a grabar a partir de los años 90.

Por entonces, acababa de firmar un contrato mundial con la disquera Polygram Records. El acuerdo era grabar tres discos. El primero fue Akundún, con canciones que fusionaban ritmos modernos como el dancehall, el reggae o el rock, con música tradicional afroperuana. Lo que me motivó a crear ese disco fue hacer un tributo a los doce años de convivencia que tuve con la comunidad afroperuana del distrito de El Carmen en Chincha. Para la grabación del segundo álbum con Polygram, incluí huaynos grabados con mi estilo personal. Una de esas canciones fue “Hoja verde”, que apareció en un compilado de grandes éxitos llamado Hatun Exitokuna (1994). Este título suena a quechua pero no significa nada porque me lo inventé. A mediados del 94, lanzamos el videoclip de dicha canción y MTV lo vetó porque, según ellos, se hablaba de coca y esto se percibía como una apología a la droga. Yo decidí no pronunciarme porque estaba todo el tema del narcotráfico y no era el momento de explicarle a esa gente el enorme simbolismo y relevancia cultural de esta planta.

Sin duda, mi experiencia en el Qoyllur Rit’i fue fundamental para cambiar mi concepción de la música. Esta gente del campo hacía música exclusivamente para su comunidad: no para la radio, la televisión o los turistas. Ese espíritu de autenticidad fue un catalizador para los discos que comencé a grabar a partir de los años 90.

Inka Beats Iskay (dualidad)

Comencé a mezclar música andina con electrónica el año 2002. El detonante de esta incursión ocurrió tres años antes gracias al You’ve Come a Long Way, Baby, un disco de Fat Boy Slim que me regalaron. Ese álbum me cambió la vida. A partir de allí comencé a devorar la música de los productores ingleses de drum n’ bass, jungle y breakbeat: hablo de Roni Size, Chemical Brothers, Underworld, entre otros. Lo primero que hice fue adaptar mi repertorio a esta nueva locura musical, aunque no tuvo mayor trascendencia.

Sin embargo, lo que realmente me obligó a producir música electrónica fue el robo de mi estudio en febrero de 2001. Había perdido mucho dinero y necesitaba generar ingresos. Entonces apareció un cliente que trabajaba para una empresa de telefonía, le propuse producir un disco de música tradicional andina y aceptó. Inmediatamente comencé a grabar a varios artistas folclóricos para este proyecto. Recuerdo que a cada músico que llegaba al estudio le preguntaba si podía tocar su instrumento siguiendo un metrónomo. Desde luego no todos pudieron, pero hubo varios que lo lograron. Esta fue la materia prima de lo que, en pocos años, se convertiría en mi primer álbum electrónico: Café Inkaterra (2004).

Ese disco también tiene una particularidad: yo no extraía loops ni pequeños samples de los temas tradicionales, usaba la canción completa pero adaptada a ritmos electrónicos. Por ejemplo, elegía un huayno y lo hacía convivir con un break beat, o agarraba una muliza y la mezclaba con drumm n’ bass, hacía todo eso respetando su estructura original. Puedo afirmar que el 98% de mis producciones electrónicas están compuestas por sonidos y música de artistas que yo mismo grabé y que, en muchos casos, se convirtieron en grandes amigos. A todos les he pagado tratando de ser justo con el trabajo de cada uno.

Volviendo al Café Inkaterra, debo señalar que hasta ese momento yo no tenía ningún referente musical que hubiera ensayado este tipo de mezclas. Esto fue muy importante porque me permitió tener una enorme libertad creativa. Antes de terminar, no quiero dejar de mencionar a Christian Berger e Israel Vich, dos Dj’s veinteañeros que conocí en el 2002 y me introdujeron en el mundo de la electrónica bailable. Gracias a ellos pude conocer el house y producir nuevos beats que aparecieron en mis siguientes producciones.

Dejo estas líneas como muestra de mi aprecio, mejor dicho, de mi amor, admiración y profundo respeto por la música de los Andes peruanos.



Continuar leyendo

Sorderas provocadas por el extractivismo

En las alturas del norte peruano, un aparente silencio se transforma en un múltiples sonoridades. Un cambio de conciencia sonora y cultural es el antídoto que rompe la eterna dicotomía entre oír y escuchar. Algo que, desde luego, no es tomado en cuenta por las mineras que explotan estos territorios y desconocen el valioso aporte cultural de estos espacios naturales y de los habitantes que laosocupan.

Me despierto como un sonámbulo, con los ojos semi abiertos. A pesar de estar nublado, el conductor maneja con la suficiente confianza para mantener una discusión con el pasajero de al lado. Apenas logro escuchar lo que dicen. El sonido del motor y una selección de huayno exquisita me dejan escuchar oraciones sueltas. Ambos discuten sobre lo rentable que es convertirse en un minero en Cajamarca (Perú). Creo haber escuchado todo esto e incluso haberlo grabado, pero luego de revisar mis archivos, no había nada en mi vieja grabadora. ¿Lo habré imaginado?

Me dirijo a una comunidad a 3538 metros sobre el nivel del mar. Se llama Lirio y se caracteriza por tener una historia de resistencia a uno de los proyectos mineros más conflictivos del país: Conga. De este problema, iniciado en 2012, se puede escribir mucho. Más aún cuando, en un solo mes, se han registrado 224 conflictos por la minería en todo el país (Defensoría del Pueblo, 2023)1 . Intentar entender las causas de estos conflictos puede ser muy confuso. Como la confusión de subir a este nivel de altura y someterme a tantas curvas a gran velocidad.

Luego de viajar por cuatros horas, me encuentro confundido y admirado por el escenario: un lugar mágico, lleno de hoyos profundos y vacas desperdigadas por un pasto verde que se pierde en el horizonte, con nubes gigantes que parecen querer comerse a la tierra. La cantidad de casas son las suficientes para poder recordarlas luego de una primera mirada, y entre sí, tienen la distancia justa para sentir que forman parte de una misma comunidad, un mismo pueblo.

Al llegar pienso lo difícil que es no romantizar la mirada. Más cuando has nacido en una urbe con un cielo gris, llena de cemento, donde la naturaleza se encuentra domesticada y reducida a espacios de ocio en el mejor de los casos. Traumas de un limeño promedio. Sin embargo, la escucha como un acto crítico nos puede empujar a reconocer otras nociones, relatos y horizontes que no necesariamente están vinculadas con el presente. Desde una conversación hasta el susurro del aire, pueden sugerir un recuerdo o incluso un deseo que intenta estar en ese terreno de los sentires más complejos.

Vuelvo al ahora con los ladridos de los perros que interrumpen mi pensamiento y delatan nuestra presencia, poniendo en aviso a toda la comunidad. Los ladridos parecen volverse más fuertes luego de que el pequeño mini bus nos deja en la comunidad. Tras el bombardeo sonoro que fue el viaje, todo me parece muy silencioso.

Mi cuerpo siente una sensación de alivio al llegar a Lirio. Hay sonidos que solo son percibidos cuando desaparecen. Muchas de esas perturbaciones sonoras suceden sin que seamos conscientes de ellas, no sabes que te están molestando hasta que desaparecen. Las ciudades están llenas de este tipo de sonidos. Sólo hay que alejarse de ella para darse cuenta. Tengo la calma y el tiempo suficiente para aclimatarme a 3 mil metros de altura. Llevo conmigo micrófonos para grabar dentro del agua, en espacios abiertos e internos, pero la principal herramienta que tenía era mi escucha curiosa y fresca en un territorio en el que nunca había estado.

Estoy aquí gracias al colectivo Maizal, que viene haciendo un trabajo importante con las comunidades del interior del Perú para rescatar y valorar sus sonoridades. Mi labor fue muy concreta: tenía que hacer un registro auditivo, sin embargo, mientras realizaba esta labor, mi experiencia fue transformándose, así como mi percepción.

El primer registro fue el de un charco de agua. Sin embargo, aún sonaba en mi mente la selección exquisita de huayno que, para ser honestos, no tengo el conocimiento suficiente para definirla como un estilo musical específico. Creo que como humanos tenemos el complejo de estar constantemente buscando definiciones y etiquetando todo lo que pasa a nuestro alrededor. Es muy humano reconocer que hay sonidos que se nos irán de los oídos. Sólo sé que era muy celebrada por todos los que la escuchaban. 

Mi labor fue muy concreta: tenía que hacer un registro auditivo, sin embargo, mientras realizaba esta labor, mi experiencia fue transformándose así como mi percepción.

A veces dudo si lo que escucho es real o es lo que mi mente quiere escuchar. Nuestra mente es muy curiosa, y nos induce a imaginar sonidos con nuestras referencias pasadas o experiencias inmediatas. Intento alzar el volumen para distinguir mejor las variaciones sonoras que ocurren en ese pequeño charco, cúmulo de agua de lluvia, que seguro está lleno de vida. La sutileza es tanta que cada sonido identificado para mi es una celebración.

Don Luis, un habitante de Lirio que nos muestra el camino, nos recuerda que en el pasado era habitual beber el agua de lluvia, pero que ahora no sucede lo mismo:

«El agua antes la tomábamos haciendo un pozo con la lluvia, era agua pura. Ahora no se puede hacer eso porque perjudica nuestra salud y la de nuestros animales, porque el ambiente está contaminado. Incluso el agua potable es más cochina (sucia) que el agua que nace en los puquios (ojos de agua)… por eso tenemos que defender el agua».

La reflexión que hace Don Luis sobre el agua es muy reveladora y muestra claramente la relación que tiene con su territorio. Siendo agricultor, tiene que estar muy atento a cómo se gestiona este recurso. Por ello toda la comunidad se organiza en torno al agua, creando y cuidando canales para regar los cultivos que les permite vivir. Esta relación tan estrecha y básica es, en realidad, la de cualquier humano, pero habiéndonos despojado de nuestra asociación con el agua, las montañas y las lagunas, es más difícil reconocerlo. Para él está super claro: las lagunas son fundamentales para la vida, como dicen las coplas de nuestro amigo Daniel, nuestro anfitrión:

«(…) como hermosos diamantes, son las lagunas de Conga, que brilla con el sol radiante…»

Atentar contra el agua desencadena una serie de problemas, como el uso de pesticidas para combatir nuevas plagas, la necesidad de nuevos antibióticos para sus animales y así sucesivamente, explica Don Luis. Es por eso que la defensa del agua es un acto obligatorio para todos los que viven en y de la tierra.

Lirio está lleno de sutilezas. Desde la historia que nos narraban sus habitantes hasta el paisaje sonoro que revelaba. Era entonces en esas sutilezas donde se encontraba el maravilloso carácter sonoro de Lirio. Y lo terminé de confirmar con un evento: luego de un largo día de registro, nos encontrábamos caminando por uno de los puntos más altos del hoyo; del otro lado se encontraba un vecino que llegamos a reconocer a lo lejos. Le gritamos para contarle que quizás lo visitabamos mañana para hacerle una entrevista. Curiosamente, él solo nos respondía hablando, sin necesidad de gritar, no le hacía falta. La conversación continuó, hasta el punto que fueron muy extraños nuestros gritos para intentar dialogar. Asumimos que era la forma en que nos escucharía estando tan lejos pero no caímos en cuenta que dada la morfología del territorio y la ausencia de ruido, no hacía falta alzar la voz. Solo necesitabas decir las cosas con voz calma y lenta. Es ahí donde me di cuenta que un lugar como Lirio conservaba un paisaje sonoro determinado básicamente por esa tranquilidad y poca perturbación sonora.

Todo esto configura una forma de relacionarse con el entorno y con los demás. Permite a sus habitantes hablar desde tan lejos e incluso reconocerse. En una conversación con Don Luis, al esperar a una de las vecinas para ir a grabar en su casa, recuerdo claramente que mientras hablaba se paró repentinamente para comentar de que la vecina ya estaba a punto de llegar. No había visto a ningún lado, ni su reloj y mucho menos un celular. Solo lo dijo, intempestivamente, mientras conversábamos. Le pregunté cómo lo sabía. El me respondió: «ya la escuche venir». Analicé qué era eso que escuchó y resultó ser el tipo de mugido de la vaca que venía con la vecina, además del ritmo de sus pasos, algo que luego me percaté que, efectivamente, estaban ahí presentes en nuestro campo sonoro. Tras unos cuantos minutos, apareció la vecina con su vaca.

A partir de esta experiencia, decidí explorar más esta capacidad de escucha tan amplia que tenía Don Luis y empecé a preguntarle a otros pobladores de Lirio, niños, adultos y abuelos, sobre qué escuchaban en determinados momentos. Fui consciente de que yo era el que estaba sordo. Por ejemplo, todos los habitantes podían reconocer en cuanto tiempo llegaba el siguiente mini bus por el sonido del motor que venía a lo lejos. Los niños reconocían cuándo empezaban las clases o si las aulas estaban abiertas. Cuándo alguien había sacado sus ovejas o cuándo estaba dando de comer a su vacas. De pronto esa comunidad que me pareció tan silenciosa y tranquila, comenzó a tener un dinamismo increíble.

Mientras más días pasaban podía reconocer los sonidos que configuraban la vida en el pueblo. La vida siempre estuvo ahí. El que no estaba era yo y mi percepción para darse cuenta de ello. ¿Cuántos estímulos nos perdemos por andar ensordecidos? Los perros dejaron de ladrar. De pronto mi presencia ya no les era extraña, se habían acostumbrado a mis sonidos, desde mi habla hasta los movimientos que hago. Ya sintiéndome más cómodo por lo familiar y lo reconocible, me acuesto el último día medio sonámbulo, con los oídos semi abiertos porque ya podía reconocer cualquier interferencia ajena al paisaje sonoro de la comunidad. A pesar de estar en silencio, mi mente otra vez hace el ruido suficiente pero ya no del huayno exquisito, sino de susurros escuchados dentro y fuera del agua.

La percepción nos puede engañar; más aún, cuando vivimos ensordecidos.



Continuar leyendo

La siembra y cosecha del agua

Como es arriba es abajo. Como es a la izquierda es a la derecha. Esta es parte de la filosofía esencial de la cultura andina que conecta los diversos mundos de su cosmovisión. En esta crónica conoceremos la fiesta y crianza del agua, un ritual ancestral que se celebra en la serranía de Lima, al caer las primeras lluvias de octubre.

Por encima de los 3000 metros sobre el nivel del mar, habita la comunidad campesina de San Pedro de Casta, uno de los 32 distritos de la provincia de Huarochirí, en las alturas de los Andes de Lima. Al llegar, nos recibe la comunidad cantando cariñosamente a las entidades sagradas del agua, a los apus1 wamanis y a nuestros ancestros:

Aquí vienen todos los mayores
recordando nuestras costumbres
que dejaron nuestros ancestros
la fiesta de la Champería /

Esos cerros que ves arriba
debajito está mi Madre Cunyac,
donde brotan sus dulces aguas
para regar mis lindas plantas /

Qué bonito ha amanecido martes en la mañana
con el cielo de nubes negras anunciando gotitas de agua.

Esta es una Walina, canción del culto al agua cuyo ritual se organiza en cuatro paradas que estan representadas por cuatro colores: Karwayuma (verde), Komawpaqcha (amarillo), Wualwalqocha (blanco) y Yanapaqcha (rojo). La tradición manda que todas las personas participantes deben realizar la limpieza de lagunas y acequias en diferentes sectores del recorrido del agua que viene del manantial Cunyac. Estas walinas (canciones), creadas diariamente en cada parada del recorrido, son acompañadas por una chirisuya (aerófono de madera tocado por el “chirisuyero”)2 que suena durante las faenas festivas y rituales en la Fiesta del Agua de San Pedro de Casta. La Fiesta del Agua es una celebración del saber local3 de la uywanakuy (crianza mutua) de yaku (agua), que no se trata de un recurso natural, sino de un espacio de vida, la sangre que recorre las venas del pacha (tierra), del mundo de abajo o interior (uku pacha), del mundo de aquí (kai pacha) y del mundo de arriba o exterior (kanan pacha). Gregorio nos dice que el agua tiene semillas, y que es su crianza (siembra y cosecha) la práctica ancestral que nos permite nutrir a la tierra para el cultivo de alimentos para todo el ayllu (deidades, familia natural y humana) (Conversación con Gregorio Ríos, 2023).

Al día siguiente, emprendimos la subida a la montaña, con pequeñas paradas para chacchar4 hojitas de coca, entregar el tabaco y los kintus5 a los lugares sagrados. Algunos están marcados por cruces de camino, colocadas desde la Conquista y de la extirpación de idolatrías impuesta por la iglesia católica. Conversamos con los comuneros y comuneras acerca de diferentes temáticas de la fiesta: su ritualidad, la organización comunal, la organicidad para o desde el agua, etc. Nosotres, como visitantes, podemos participar en diferentes actividades como las «faenas de reciprocidad» para el mantenimiento de las infraestructuras hidráulicas. Me sentía inmersa en la montaña, sus señas, su vitalidad y a la vez era espectadora de la transmisión intergeneracional de sus saberes locales. Presenciamos momentos de toma de decisiones comunales entrelazadas con la ritualidad a las entidades sagradas como los apus wamamis y la yakumama. Luego nos reunimos en Lacopampa donde se entrelazan las walinas de todas las paradas. La reunión terminó con el mensaje de las autoridades y la lectura de las reglas para la carrera de caballos del día siguiente (miércoles).

«La cocha de Cancausho, en Markawasi, almacena 50,000 m3 de agua de lluvia. Es una obra para la práctica ancestral de siembra de agua, construida por la comunidad de San Pedro de Casta en faena comunal».(Don Gregorio, 2023)

La Fiesta del Agua es una celebración del saber local sobre la crianza de este recurso natural que involucra saberes ancestrales sobre la siembra y cosecha del agua.

Al amanecer del siguiente día, continuamos la ruta siguiendo los canales de agua que nos llevan hasta un lugar donde se realiza la limpieza de una laguna. Los mayores nos indican que continuemos hasta la parada de Wualhualqocha (blanco) donde nos recibieron cariñosamente con una sopa caliente. Allí conocimos a Gregorio Ríos ,de 75 años, uno de los yachachiq (sabio local reconocido en la comunidad) de San Pedro de Casta. Para él, lo más importante es el agua. Gregorio instruye y dirige, desde hace 55 años, la construcción de infraestructuras hidráulicas para la siembra del agua en diferentes partes del Perú, siguiendo los usos y costumbres de sus ancestros y ancestrxs.

En 2015 fundó la Asociación de Comuneros de Huarochirí para rescatar los usos y costumbres del trabajo con la comunidad. Don Gregorio nos cuenta: «La crianza (siembra y cosecha) de las semillas del agua, ya sean lluvias, granizo o neblina, es una forma de recolectarla para sembrarlas (llevarlas) al subterráneo (subsuelo). De ahí se puede cosechar agua de acuerdo a los diferentes sistemas hidráulicos. La siembra del agua se cosecha en cubetas hídricas, vasos hídricos, las qochas (lagunas), crestas hídricas y todo lo que está conectado por canales.»

Desde la montaña, prosigue don Gregorio: «La fiesta del agua es un componente ancestral de cómo los incas y preincas la han venerado y se han ocupado de ella. Construyeron infraestructura para captar agua, ahí están las huellas en el cerro. La satisfacción de una faena era celebrar con música y con bailes. La comunidad de Casta trata de mantener lo que era antes. Aunque muchas cosas se han perdido, por ejemplo la vestimenta: ahora usan botas, sombrero de plástico, etc. Antes tenían su vestimenta hecha de lana de oveja, la manta, la bolsa donde llevaban sus cosas, eran parecidas a los trajes de Cusco, Moquegua y Arequipa, similar pero con otras figuras. Mis padres me contaban que se llamaba “cotona”. Con la llegada de los españoles  y la llegada de otras costumbres, han ido cambiando poco a poco. Otro problema es que estamos cerca a la capital. No está trayendo buenos resultados esta capital6 , a veces van más a destruir que a construir.»

Recordé estas palabras muchos días  después, caminando por la cuenca baja del río Lurín, en Lima urbana. Allí, el agua parece estar silenciada, desde una escucha superficial.  No habla porque nadie conversa con ella. Mirándonos sólo encontramos agua envenenada por los desagües, por la basura acumulada. Aunque, de manera insólita, encontramos también plantas resilientes que buscan restablecer la armonía extraviada.

Canales de San Pedro de Casta camino al puquio de Huanankirma  en paralelo con el río Lurín

La fiesta del agua es un componente ancestral de cómo los incas y pre-incas han venerado al agua y se han ocupado de ella. Ellos han construido infraestructura para captar agua, ahí están las huellas, en el cerro. La satisfacción de una faena, de un trabajo era celebrar con música que era para ellos su canto, su baile que se ha quedado en ese lugar de los ancestros.


En Casta, la conversación ritual con el agua organiza y cohesiona a las comunidades. Al recorrer la montaña la oímos moviéndose dentro de las infraestructuras hídricas ancestrales. El canto de las walinas sirve para que las deidades creadoras del agua traigan mensajes pero, ¿cómo se componen? En esta parte del camino llegó Kike Pinto (músico y compositor), quien empezó a crear su walina en el puquio Huanankirma, donde nos encontrábamos sentadxs, y nos dijo que esta canción va cambiando hasta tomar su forma definitiva porque «el lugar te enseña». En este proceso, siento que estamos recibiendo la transmisión sonora de versos y también de un sentir-pensar del agua. Considero que el cariño y respeto al agua en Casta es profundo y trascendental de formas que nos permiten sanar, organizarnos, escucharnos, recordar tejidos (conexiones) vivos, más allá de la memoria del tiempo lineal (presentes, pasado o futuro).

Con todo ello, me pregunto: ¿çl sonido también se cría como el agua y las semillas? Precisamente, el musicólogo Carlos Mansilla desarrolla el concepto de cultivo del sonido7 como una dimensión “desde su particular experiencia sensorial, su percepción, entendimiento y valoración, tanto del propio sonido, como de la vida, la muerte, la naturaleza y del cosmos” (Mansilla, 2021). El músico Dimitri Manga, de Cultivo del Sonido, cuestiona la noción de música, ya que este último término no es necesariamente aplicable de manera universal a todas las culturas, tiempos o épocas. Al respecto don Gregorio manifiesta: “Su expresión está en los versos que escriben, tú escuchas una walina y lo que dice es qué piensan, qué sienten las personas en su relación con el agua. Como soy el promotor, antes de esta champería me dijeron «Gregorio tanto estamos llorando a Cunyac, le cantamos, tomamos y, ¿cuando le van hacer un pago?, nunca lo han hecho, ¿cómo se puede reactivar eso?»

Otro día, Régulo, un músico visitante de la comunidad de Yanapaqcha, nos comenta que en el apu Pariapunku (lugar sagrado donde empieza el canal y el río), hay una cueva muy grande donde solo los mayores y las autoridades que traen el agua pueden ingresar para hacer la ofrenda al apu. Ellos entran cantando acompañados de la cajera (mujer que toca la tinya, instrumento andino de percusión). «Afuera esperan sentados chacchando hojas de coca todos los jinetes de las cuatro paradas que van correr.», dice Régulo.

Cuando termina la ceremonia, sueltan el agua a los canales y las autoridades bajan cantando walinas. Mientras tanto, los habitantes de las cuatro parcialidades (forma en que se divide la comunidad), esperan en las cuatro paradas sagradas.

Foto: Todos nos juntamos haciendo paradas en los lugares sagrados y caminos hacia la Lacopampa, donde almorzamos para luego empezar la carrera hípica, la cual fue cancelada por votación a causa de lluvia, y abundante neblina, que ponían en peligro la seguridad de los participantes y los caballos.

“Su expresión está en los versos que escriben, tú escuchas una walina y lo que dicen es qué piensan, qué sienten. Ahora último antes de esta Champeria, porque yo soy el promotor me dijeron: ‘Gregorio tanto estamos llorando a Cunyac, le cantamos, tomamos y, ¿cuando le van hacer un pago?, nunca lo han hecho, ¿cómo se puede reactivar eso, cómo se puede vivir?’” (Gregorio Ríos, 2023)

  • 02-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 03-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 10-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 16-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 17-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 18-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 21-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 24-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 26-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 27-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 29-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 31-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 34-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

  • 35-la-siembra-y-cosecha-del-agua-arely-amaut

Ese día, desde Huanakirma, nos estremecieron rayos, truenos, neblina, lluvia, granizada y llovizna. Podríamos decir que la ofrenda a Cunyac fue escuchada y la conversación con el agua nos dejó vivenciar esa secuencia. De pronto, Gregorio nos dice: “¡Ha podido ser un mensaje! Porque recién ahora ha aumentado el río de la quebrada, alcanza agua para regar todos los cultivos y sobra todavía. Cunyac es permanente, sus aguas pueden venir de los nevados de las cordilleras más altas aunque no sabemos con exactitud ya que su agua tiene orígenes múltiples. Cunyac es el producto de una siembra de agua natural que no lo hace el hombre. Unos viejos comuneros me dijeron:

‘Cuando el trueno arranca en Huambo, contesta Soqtaqori y termina en Yanancuri, [entonces habrá] buena lluvia, buen año.’

El agua desde San Pedro de Casta, sus Apus. Apu de Pachakamak presente desde las Lomas de Lúcumo, el río nos une.

Este año sonaron los truenos. Cuando el trueno arranca acá y no contesta ni Yanancuri ni Huambo estamos jodidos. Esta vez no ha sonado mucho Huambo, Yanancuri tampoco, solo Casta (Soqtaqori)”.

Pocos días después de la Fiesta del Agua, viajamos a la cuenca baja del río Lurín (en Lima). Allí nos encontramos8  con los estudiantes del colegio Julio C. Tello Rojas, quienes realizan una faena de limpieza alrededor del puquio Las Conchitas, lugar sagrado donde ya no brota el agua. Los estudiantes lo escogieron como referente para realizar la ofrenda a la Yakumama, siguiendo relatos y memorias compartidas por Santiago Palomino Gómez (estudiante de quinto de secundaria), quien recibió saberes de su abuelo. Santiago nos comparte: «Mi abuelo influyó bastante en mí porque yo crecí con él. Siempre me llevaba junto al río donde me contaba todo lo que sabía sobre este lugar. Mi abuelo era de muy bajos recursos y al padecer de necesidades decidió venir desde Ayacucho hacia el valle del puquial (Lima). Me dijo que el río lo llamó, que soñó con este río y le indicó cómo llegar hasta aquí e incluso le dijo dónde iba a estar su casa. Así pudo establecerse aquí, en el puquial Las Conchitas.”

Durante esos días, el río estaba en temporada seca. Esto nos permitió ingresar y mirar las plantas que crecen, la basura, los residuos que se acumulan sin cesar. Estar ahí con los niños y las niñas fue emocionante, aunque también pudimos escuchar la tristeza de los lugareños cuando narraban sus memorias. Por ejemplo, Santiago, que vivía al borde del río, nos contó que cuando eran niños se bañaban en el afluente y nadie se enfermaba. Ahora no lo pueden hacer porque es un desagüe y las autoridades no se ocupan de la salud del río ni de las personas. También la maestra Gladys Lozano, de la Asociación Cultural Pachamama, sintió la ausencia de la gente: “Si nadie va a ofrendar al río Lurín es más fácil que lo destruyan”.

Dentro del río Lurín, hubo encuentros y desencuentros. Durante el ritual hubo un momento en que se percibió un cambio en la atmósfera y la temperatura. Todxs expresamos nuestro agradecimiento y cuidado al entregar la ofrenda al río, la que percibí como una pequeña semillita dentro de la enfermedad de esta naturaleza silenciada, que a su vez abarca a todxs lxs que vivimos en este mundo. En la urbe limeña cosechamos agua cada vez que abrimos el grifo. Esas semillas de agüita sembrada desde el saber andino de la crianza mutua de la Yakumama y la Pachamama, practicada desde hace siglos por las comunidades campesinas andino-amazónicas.

Ante la posibilidad de pérdida o poca transmisión de saberes andinos sobre la crianza del agua, le pregunté a Gregorio cuál es el camino para seguir aprendiendo de este ritual: “La posibilidad que se puede ir construyendo es recuperar la generación de ahora, los escolares, no hay otra. Ya no es tiempo que estén solo en el aula sino que ¡deben salir al campo!. Pero dirigidos a la solución de futuros problemas, aún no estamos preparados para eso. La otra parte es explicarles sobre el sistema de las estructuras [de crianza] para que las puedan construir. Eso ya se hace con la gente de arriba en las cumbres [limeñas de San Pedro de Casta o Tupicocha] y sería bueno que los estudiantes de Lima aprendieran eso».

Siento que no basta el retorno al saber teórico o técnico de qué es siembra y cosecha del agua, porque aún estamos recordando al retornar a lo profundo de nuestra cultura y cosmovisión. Si no recuperamos eso tampoco sabremos cómo defender y respetar la diversidad, cómo hay que criar y mantener la regeneración del agua desde la urbe. Pero lxs yachaqs (sabios y sabias) de las comunidades andinas sí están en disposición de transmitir estos saberes. La yakumama (madre agua), los cerros tutelares, la escuela, el territorio, la pachamama (madre tierra) nos muestran un tejido sagrado de caminos nutridos de encariñamiento que nos vinculan. Lo que nos fortalece para rechazar la separatividad del pensamiento occidental moderno y a “recuperar el cariño” como nos los recuerdan los yachaqs Grimaldo Rengifo, Julio Valladolid, Jorge Ishisawa y Eduardo Grillo del Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas.

El río silenciado también comunica. Marcela Machaca9 , de Quispillaccta, comunidad criadora de agua, dice: «La naturaleza habla, grita, expulsa, pero cuando ya no sabemos conversar con ella, la naturaleza también se queda muda. Eso es lo que hay que recuperar, que la misma naturaleza empiece a hablar y empiece a defenderse [ante los denuncios mineros que causan conflictos dentro de la organización comunal] y que nos dejaron hacer un territorio que inspira las ganas de vivir recuperando los territorios hídricos».

Agradezco a la comunidad San Pedro de Casta por su cálida bienvenida y por permitirnos participar en la fiesta del agua. Quiero destacar especialmente la generosidad del comunero y autoridad Gregorio Ríos quien es reconocido como yachachiq (experto local), con quien tuvimos la oportunidad de conversar para compartir sus memorias y saberes sobre el cultivo de las semillas de yaku (agua) en la presente crónica.

La siembra y cosecha del agua es una tecnología ancestral de captación, infiltración al subsuelo y distribución de agua desde las cuencas.
La elaboración de infraestructuras hídricas se vincula a un profundo conocimiento de la montaña desde los preincas en los Andes de Lima y del Perú. Por ejemplo, en Lima se mantiene esta práctica en las comunidades de Tupicocha y San Pedro de Casta (conversación con Gregorio Ríos, 2023). Otro gran referente de la recuperación desde las prácticas culturales comunitarias de la crianza mutua es la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA). ABA está en la comunidad indígena Quispillacta en Ayacucho, donde la familia Machaca empieza su caminar desde 1991 en respuesta de: «en condiciones […] de falta de agua y de sequía por el fenómeno del niño. Sin tener recursos o solucionar el problema con herramientas modernas. La pregunta fundamental fue: ¿qué es lo que hacían nuestros abuelos para poder solucionar? Ahí encontramos la práctica acuñada como siembra y cosecha del agua de lluvia, localmente yaku uyway (crianza del agua) […] son el conjunto de prácticas que denominamos la siembra y cosecha del agua». (Marcela Machaca, 2019)

La siembra de agua es rescatar cualquier tipo de llovizna que hay, sea glacial, granizada, nevada, el aguacero, la garúa, neblina, captarlo y almacenarlo en el subsuelo, eso se llama siembra del agua». (conversación con Gregorio Ríos, 2023). La crianza de “la chacra es una expresión de diálogo, respeto, cariño entre hombres deidades y naturaleza” (PRATEC 2011) así como la siembra y cosecha del agua que se han presentado como alternativa de cambios climáticos cálidos seguidos por cambios climáticos fríos para la suficiencia alimentaria a lo largo de 10000 años a más en los Andes (Valladolid, 2014). La siembra es aquella forma recolectar el agua para de llevarlo subterráneo 100%, 80% o 90% por que de ahí se puede cosechar de acuerdo a los diferentes sistemas. Todas las infraestructuras que se hacen para siembra del agua se van al subterraneo ahi hay aforos huecos espacios vacíos cuando hay bastante lluvia eso se llena y esos espacios tienen venas por donde salir pero no en cantidad sino poquitos cosa que en el ojo del manantial sale por pocos ahí se tienen que imaginar todos se tiene que involucrar ese trabajo para alimentar esos espacios en época de lluvia, pasó la lluvia el manantial sale y continua saliendo lentamente.


1 Palabra quechua que designa a la divinidad que habita las montañas de los Andes, las cuales son consideradas vivientes desde épocas precolombinas. En el mundo andino se les atribuye influencia directa sobre los ciclos vitales de la región que dominan.

2 Desde el año 2008, es considerada como Patrimonio cultural material de la nación. “La Chirisuya sobrevive en algunas localidades andinas del Perú, íntimamente vinculada a los rituales de la fiesta del agua. Aerófono con una boquilla de pluma de cóndor, con siete orificios” (Roman & Rojas, 2019).

3 “Por saber local entendemos el conjunto de prácticas, señas, saberes y secretos, actitudes y valores, resultado de una tradición ancestral de diálogo de los humanos con la naturaleza que son transmitidos intergeneracionalmente y que se enriquecen con los saberes de otras culturas.» (Pratec, 2011)

4 Acción de masticar la hoja de coca en forma de bola dentro de la boca.

5 Se refiere a un ramillete de hojas de coca seleccionadas y utilizadas ritualmente para realizar una ofrenda o un pukuy (oración andina) en los Andes.

6 Gregorio: ¿Por qué se creó la urbanización? El gobierno aprista, fujimorista, lo primero que hizo es desaparecer las comunidades¿para qué, por qué la comunidad decía este es mi territorio, nosotros lo vigilamos, Yo he sido autoridad, yo he vigilado todos los límites de San Pedro de Casta, naci alli pero he llegado a los 50 años. Entonces, a mí me entregaban los límites las autoridades anteriores y yo como entrante tenía que recibir y dejar al otro igualito. ¿Qué pasó cuando entraron estos gobiernos? Desconocieron ese valor, la utilidad de eso, los recursos, ¿por qué? porque al no haber comunidades ellos entraban libremente a invadir tierras, el tráfico de terrenos de todos estos asentamientos humanos, el tráfico de terrenos es un negocio. Ahora continúa el tráfico para formar barrios. El error de este gobierno es que está dando bonos para que construyan sus casas, mientras que toda el área del campo está abandonada, ellos se están dando el lujo de traernos alimentos de Rusia, Brasil, todo esos productos que vienen curados, tratados ¿Qué es la curación? Es el veneno que echan, nos matan de la noche a la mañana, te matan a través de los años.

7 En el documento “Patrimonio sonoro arqueológico. Su estudio y gestión en el Perú” Carlos Mansilla presenta El Proyecto Wayllakepa de investigación científica y experimentación artística surge por iniciativa de Milano Trejo Huayta, y encaminado por Chalena Vásquez Rodríguez. En el mundo andino el sonido habría sido tratado a partir de la elaboración de sus artefactos sonoros y también en la construcción de sus recintos arquitectónicos, sus templos y en el dominio sonoro/acústico de sus paisajes naturales (Mansilla, 2021).

8 La escuela I.E. 6023 Julio C. Tello Rojas de Lurín, en colaboración con Radio-Apu, organizamos el primer encuentro cultural y agradecimiento a la Yakumama. Esto es parte de un proyecto de aprendizaje que se está desarrollando por parte de los profesores y que desde hace algunos meses los . Invitamos a Gladys Lozano, parte de la Asociación Cultural Pachamama, y a la Casa comunitaria cultural Arena y Esteras. Radio-Apu (creado por Arely Amaut y dos profesoras de escuela de Pachakamak y Lurín, Rosa Rondinel y Nataly Altamirano) hace acompañamiento a procesos de aprendizaje creados desde el relacionamiento con el territorio y la recuperación de saberes ancestrales y locales.

9 Marcela Machaca es Ingeniera agrónoma y Directora de la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA).

10 Asociación Bartolomé Aripaylla – ABA https://abaayacucho.org/siembra https://www.youtube.com/watch?v=JXib9Cehtlk



Continuar leyendo