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Donde hace su nido el Teesh

Donde hace su nido el Teesh

por Marco Valdivia

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Esta historia nos lleva de viaje desde las alturas del sur peruano hasta la calurosa selva donde habita el Teesh, ave emblemática para la etnia Awajún, cuya relación con el espacio se refleja en su propia lengua.

La vivencia que a continuación les comparto incluye un desplazamiento desde el sur al norte peruano; un cambio de temperatura de 10 a más de 40 grados; alturas desde los 4000 hasta cerca de los cero metros sobre el nivel del mar. Esta travesía parte de la ciudad de Cusco y luego de pasar sobre el imponente río Apurímac, atravesar dos cordilleras, contemplar la inacabable planicie de Pampa Cañahuas y un abrupto descenso hacia el desierto de Nazca, me pone en la costa por una interminable franja frente al Océano Pacífico. Y empalmar con un ascenso hasta las alturas de Ticlio y culminar con un tranquilo descenso por el valle del Mantaro.

Los paisajes visuales cambian a cada instante, agrupando verdes, amarillos y marrones. Pero desde el interior de un bus no es fácil escuchar los paisajes sonoros. Hasta aquí estamos en territorio conocido: el clima, el habla, la disposición de la gente y la confianza presente o ausente. Una noche, partiendo de Huancayo hacia Huánuco, comienzan los aprendizajes más radicales, los cambios inesperados que determinan una nueva geografía, una nueva influencia y un diferente yo.

“Si no conoce, no camine, pero si no camine, no conoce” Una mujer en Trujillo, guiándome hacia una zona segura de la ciudad.

La ciudad de Huánuco tiene grandes montañas, altas y secas, cuyo calor anuncia la selva central, además del paso del río Huallaga, una poderosa masa de agua que construye de manera muy directa el cuerpo del Amazonas. este enorme río, todavía muy lejano, pero que da sentido y esencia a toda esta región del mundo, a la que hemos aprendido a llamar Amazonía.

Desde Huánuco a Tingo María, el Huallaga desciende de manera muy rápida y caudalosa, mientras el marrón de las montañas circundantes se va convirtiendo velozmente en un verde intenso que pinta los cerros de árboles y de una nueva circunstancia: una ventana abierta en el auto me permite apreciar los paisajes sonoros que se van construyendo con el incesante ruido de las motocicletas (un sello sonoro de las ciudades de la selva) y el canto de aves que, buscando el río, pasan muy cerca de la carretera, amalgamando un sonido muy particular y perenne, un sonido en el que seguro se inspiraron los creadores de los osciladores de sonido artesanales: el canto de la chicharra, aunque tal vez la palabra “canto” no sea la correcta, pues este sonido no se produce en su boca, es un llamado reproductivo, a veces tan intenso que silencia nuestra propia voz.

Desde aquí el paisaje nunca dejará de ser verde, combinado con otros colores, con montañas que se acercan y se alejan para dar paso a extensas planicies donde se siente la presencia de sembríos de arroz. Esta carretera, que llaman también la «Marginal de la Selva», recorre Tocache, Juanjui y otras poblaciones cuyos nombres están en mi memoria como consecuencia de una serie de experiencias que tienen que ver con las noticias televisivas en tiempos de violencia y con recomendaciones de “por allí no tienes que ir”. Los paisajes urbanos de este recorrido carecen ya de aspectos tradicionales pero tienen otros símbolos, como la escasa ropa de sus habitantes y el signo distintivo de la barriga descubierta que manifiesta el incesante calor de estos parajes.

Esta primera etapa del viaje culmina en la ciudad de Tarapoto. que registra calores por encima de los 40 grados centígrados. Los sentidos perciben el ánima de una región viva y diversa pero mal funcionan al sentir el cemento caliente, la deshidratación constante y la dependencia del ventilador. El desplazamiento continúa hacia el norte, atravesamos Moyobamba, donde el calor mengua un poco y la marginal de la selva empieza a ascender por un paisaje cada vez más montañoso, húmedo y gratamente frío, donde las chicharras siguen asumiendo el protagonismo sonoro. Les acompañan otros insectos, aves y ranas, que deben esforzarse un poco más para ser escuchadas. El camino se enrumba por el bosque de Altomayo y se vuelve más amable para alguien ajeno a este clima. Varios letreros de las poblaciones que atravesamos toman como referencia el quechua para nombrarlos, manifestando la cercanía del quechua lamista en esa zona y la influencia de otras lenguas originarias. El camino llega a la parte más alta llamada Pedro Ruiz y luego, siguiendo el descenso del río Utcubamba, se introduce en un apretado desfiladero que se va haciendo progresivamente más seco hasta llegar a la enorme planicie de Bagua. El calor regresa con fuerza, así como los paisajes verdes y los sonidos compuestos. Aquí habita el gigantesco río Marañon, profundamente implicado en la vida del Amazonas. Recoge todas las aguas de esta zona y las lleva por un estrecho valle que desciende a gran velocidad, volviendo a pintarse de verde intenso, hacia una pequeña población cuyo nombre daba una esperanza de frescura: Chiriaco, proveniente del quechua chiri yaku o “agua fría” que es también el nombre del río que le circunda y que, aguas arriba, me lleva a la comunidad awajún de Teesh.

«Si no conoce, no camine, pero si no camine, no conoce»

Una mujer en Trujillo, guiándome
hacia una zona segura de la ciudad

La sociedad awajún habita, a lo largo de los ríos Chiriaco y Marañón, en una serie de comunidades perfectamente adaptadas para la vida en estas geografías, conectadas de manera intensa al río, al sonido de sus aguas y al de los motores de los peke peke (pequeñas balsas a motor) que les transportan por estos cauces. Los awajún, ​​también conocidos como aguarunas, representan el segundo pueblo originario amazónico demográficamente más numeroso del Perú, después de los ashaninka, y se caracterizan por su compromiso con la defensa de su territorio ancestral.

Su cultura, en varios aspectos adaptada también a Occidente, es heredera de una gran fuerza, convicción y orgullo; en ella se integra una vida vinculada al sembrío de la yuca y el plátano, a diferentes técnicas de pesca y a una amabilidad que abre las puertas de sus casas a quienes les visitamos. Muestran una gran curiosidad por los lugares de donde venimos. En ese  intercambio es posible acercarnos fácilmente a su historia milenaria, enmarcada por una naturaleza imponente y sonora.

Defender el territorio

Un pequeño muelle junto a unas gradas adaptadas en la ladera nos llevan a la comunidad de Teesh, nombre de un ave que construye complejos nidos sostenidos de los árboles, cuyas casas aún son construidas con techos vegetales de gran eficiencia para la lluvia, guarda pozas para las tilapias, y en general una enorme cantidad de saberes materializados en cultivos, en preparaciones y en la disposición equilibrada de los recursos que la naturaleza les otorga.

Todo esto se va mezclando paulatinamente con la influencia de Occidente, que se impone desde la necesidad contemporánea de las comunicaciones, desde el consumo de algunos productos de fabricación distante, desde la educación y la religión.

Algunas de estas intervenciones impregnaron en la memoria de sus habitantes dramáticas experiencias de muerte, de violencia y usurpación de sus territorios. Tal vez la peor de todas fue el Baguazo, un enfrentamiento entre los comuneros y la policía nacional que dejó varios muertos y decenas de heridos. Esta vivencia aún está muy presente en las vidas y los relatos de quienes habitan esta comunidad y otras cercanas.

«El río nos da la fortaleza»

Mujer achuar en Puyo, compartiendo
su experiencia de vida con el río Pastaza.

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El paisaje sonoro de Teesh es una maravilla para quienes llegamos recién. Nos reta a un continuo intento de interpretación: el rumor del río Chiriaco que rodea la comunidad y que es más bullicioso en cuanto se sube a las partes altas, sin perder jamás su omnipresencia; las aves que se movilizan entre los altos árboles, sobretodo al comenzar y terminar el día, y donde se escuchan golondrinas, manacaracos, halcones y el teesh, además de una serie de aves pequeñas; muchas ranitas, escarabajos, libélulas, mariposas y otros más, dónde fácilmente destaca los osciladores naturales de la chicharra; los gritos y risas de las uchi (niñas / niños) en permanente juego, en su libertad de desplazamiento, en su descubrir y aprender, en su interacción con la naturaleza de la comunidad de la cual son parte, y en algunos casos, la cercanía de sus palabras, cuando repiten de forma cómplice apách (mestizo).

Están también los truenos que, según la claridad de las nubes, se sienten tan cerca que parecen remecer la tierra y cuyos ecos en las montañas próximas prolongan su duración hasta volverlos muy atemorizantes. Allí también está el rumor de algún avión distante, que usa este cielo como ruta desconocida y, finalmente, la voz de las y los muuk (ancianas/ancianos), quienes comparten historias y saberes propios de esta tierra, hablan de la toma del toé y la guía de sus visiones, de la arcilla, del cultivo de la yuca, la construcción de redes, el modelado de la madera, y mucho más, con la intención de transmitir su ser a las uchi, quienes escuchan con atención y con un coherente orgullo. Aprenden, de esa manera, a entender el mundo que les ha sostenido por milenios en este territorio.

Mi escucha es aún muy limitada en awajún, pero puedo esperar con paciencia los momentos en que alguna palabra me resulta conocida o que de pronto alguien traduce esa sabiduría al castellano, permitiendo acercarme un poquito más a su lógica. Aunque todavía distante, pues entender esta selva sólo es posible en lengua awajún: tiene las palabras precisas para describir este entorno, a diferencia del castellano o de cualquier otra lengua occidental, que sólo pueden prestarme palabras de otras realidades y territorios para acercarme muy levemente a su cultura, lo suficiente para hacerme fantasear con la plenitud de entender, ver y escuchar este mundo.

«A mis paisanos los han denunciado y los han encarcelado; algunos han muerto sin salir y otros han salido hace poquito nomás»

Mujer Awajún en Wachapea

En Teesh hay muchos caminos que llevan al río, algunos más sencillos de transitar que otros. Por ejemplo, para el baño de rigor al caer la tarde en el Chiriaco, de aguas frías y refrescantes, que ayudan a combatir el intenso calor y los mosquitos que habitan sus orillas. Andando entre las piedras resbalosas del fondo, sintiendo los pequeños peces que se acercan a los pies sumergidos, midiendo fuerzas con la corriente, aprendiendo de sus profundidades, de su fuerza y de su inmenso valor para la comunidad.

Finalmente, toca subir nuevamente al peke peke, seguir el curso del río, emprendiendo el retorno al sur, queriendo entender cómo aplicar a la propia vida lo aprendido, reconociendo y agradeciendo lo diferente que también somos como país.

«Wainiámi» (hasta pronto)

Personas awajún en la comunidad de Teesh, al despedirse

«¡Apách!»

Algunas uchi awajún con gran sorpresa, en la comunidad de Teesh, al escucharme saludarles diciendo Amékaitam.


1 Una variedad de quechua hablada en la provincia de Lamas en el departamento de San Martín, y en algunos pueblos a orillas del río Huallaga.

Marco Valdivia

Asimtria
Cree en la tecnología y su apropiación como herramienta para el desarrollo de las personas, de manera individual y sobretodo común y colectiva, la enfoca en la práctica sonora y audiovisual, y en la comunicación e intercambio de saberes y experiencias sobre estos mismos temas. Desde esta perspectiva ha mediado espacios formativos, compartido charlas, y presentado conciertos y obras en distintos festivales, encuentros, ciclos y otros espacios especializados en Abya Yala y otros territorios. As…